Tribuna

Manuel Ángel Vázquez Medel

Catedrático de Literatura de la Universidad de Sevill.

Con Cervantes, contra las violaciones

Con Cervantes, contra las violaciones Con Cervantes, contra las violaciones

Con Cervantes, contra las violaciones / rosell

Dostoyevski decía que el Quijote, con todos sus valores, justificaba el sentido de la vida. En toda la obra cervantina tenemos deslumbrantes atisbos sobre la condición humana. Como afirma Javier Gomá: "El nuevo ideal es Cervantes. Si el Quijote fue el libro de la conciencia moderna, la perdurable imagen de su autor está llamada a valer de gran mito posmoderno. España sería mejor, más cívica, más urbana, más humana, si se asemejase más a Cervantes, si imitara más su ejemplo, si fuera más cervantina".

En este proceso de degradación ética que vivimos puede iluminarnos el discurso de la Edad de Oro de don Quijote (I,XI). Este mito refleja el retroceso, desde el estado feliz de una idealizada edad de oro (que sabemos nunca existió), hasta el momento de la "edad de hierro". Es extraordinario el uso que Cervantes hace del mito y el énfasis que pone en tres aspectos esenciales: importancia de la vida en común, respeto a las mujeres y necesidad de una justicia no corrompida.

Don Quijote y Sancho encuentran a unos cabreros, que les acogen y comparten con ellos comida y vino. Don Quijote pide a Sancho que se siente a su lado como un igual y afirma: "De la caballería andante se puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala". Aprovecha para insistir en los valores de libertad, igualdad-justicia y fraternidad ("hermanos cabreros" llamará a sus anfitriones). En palabras de don Quijote: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados (…) porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes". De ahí pasa al tópico del automatos bios: la vida era fácil, no había que trabajar para conseguir el sustento, y en el entorno natural no había nacido la agricultura: "Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre". Al igual que nuestra madre tierra, tampoco se ejercía violencia sobre las jóvenes, ni eran "forzadas": "Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra". Insistirá en la realidad directa del amor, sin artificios, y se centrará en la justicia: "La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado". Observemos la contraposición entre una situación de justicia natural, frente al favor y el interés "que tanto ahora la menoscaban". Y hace especial mención de la "ley del encaje", pretexto para resoluciones arbitrarias de jueces corruptos.

Don Quijote retomará el motivo de la seguridad de las mujeres: "Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna". No es ociosa esta insistencia: las mujeres podían andar por donde quisieran, solas y respetadas, sin temor, dueñas de su propio cuerpo y de sus propias acciones. Esto es: la pérdida (perdición) de la "honestidad" era por su gusto y propia voluntad, frente a la violencia lasciva ejercida sobre ellas en "estos nuestros detestables siglos".

Este aspecto servirá de justificación de la caballería andante, que quería resucitar el protagonista: "Para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos". En este ambiente llega la noticia del suicidio de Grisóstomo por la no correspondencia amorosa de la pastora Marcela, a la que se denominará "enemiga mortal del linaje humano" con toda la carga de misoginia de los tiempos de Cervantes. Pronto aparecerá Marcela y, dando pruebas de inteligencia y discreción, se defiende de las infundadas acusaciones concluyendo: "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos", como en La Galatea había afirmado Gelasia: "Libre nascí y en libertad me fundo".

Sí: para Cervantes las mujeres son seres humanos íntegros y plenos, dueñas de su libertad y su destino. Dada la violencia ejercida sobre ellas, debían ser defendidas. Desgraciadamente, como ahora, cuatro siglos después.

Cervantes -lo afirma brillantemente Iris M. Zavala- es el primero que expresa la importancia de la mujer como sujeto. Como dueña de su vida y sujeto de derechos inviolables. Por ello (y porque la justicia estaba corrompida) las mujeres debían ser defendidas. Como ahora. Solo que en el siglo XXI no necesitan la acción heroica de ningún caballero andante: las mujeres son no sólo sujetos de sus derechos, sino también de sus luchas y reivindicaciones. No será fácil, pero -más temprano que tarde- su libertad, su igualdad y su sororidad prevalecerán. Contra la violencia androcéntrica y contra los dictámenes de jueces corrompidos por un pensamiento patriarcal inaceptable.

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