Tribuna

marco antonio molín ruiz

Filólogo

Bicentenario Marista

Los Hermanos Maristas de Huelva han impulsado a innumerables generaciones de alumnos a conquistar sus aspiraciones humanas y profesionales

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Bicentenario Marista

Dos siglos es un tiempo donde cabe mucha Historia, y ésta se enaltece con miles de vidas humanas. En 1817 se fundaba la congregación marista, que en Huelva hunde sus raíces en los años treinta del siglo XX. Los Hermanos Maristas, seglares de una profunda religiosidad dedicados a la educación y la enseñanza, han dejado abundantes frutos en innumerables onubenses. Los Hermanos Maristas y su colegio Colón han sido uno de los baluartes de la sociedad de Huelva, confluencia de generaciones alentadas a conquistar sus aspiraciones vitales y profesionales.

Ciertamente, la íntima razón de ser de los Maristas ha sido un sello de distinción entre el espectro educativo y didáctico de todos los centros de enseñanza: la figura de la Virgen. Anualmente el mes de mayo encumbra un sentimiento que impregna a los múltiples quehaceres del colegio. La costumbre de ir a la capilla, la enseñanza de cánticos y las ofrendas florales han marcado una época entre onubenses de todas las generaciones. Este rasgo, unido al rezo matinal en las aulas al inicio de la jornada, es algo que ha conferido una idiosincrasia, reflejo del espíritu en su fundación: Petits frères de Marie.

En las clases de Religión tuve la suerte de vivir experiencias hermosas. No preponderaba algo teórico; sino un testimonio muy influyente: enseñar que un dolor moral puede ser más oneroso que uno físico, rezar por un familiar o compañero así como reflexiones de índole sociológica; tal es el caso de la falta de principios cual grave amenaza para la humanidad. Me marcó una frase pronunciada por un hermano: El que elige es porque ama. Además, aleccionadores testimonios de sucesos sociales en torno a la religiosidad nos han valido en nuestra madurez, y así hemos observado con perspectiva la repercusión de los nuevos tiempos. Estar y convivir en una clase hasta que tus compañeros te conocen, te otorgan confianza y te muestran su solidaridad en los momentos más difíciles es indicio de una espiritualidad que no deja indiferentes.

Un nivel alto de exigencia y una metodología esmerada ha predispuesto a un aprendizaje provechoso, el que ha ido fructificando a lo largo de nuestras vidas, principalmente en etapas universitarias o circunstancias laborales, cuando hemos recordado una didáctica bien fundamentada y perseverante. El conocimiento, la destreza y la cultura son nuestros firmes pilares con que nos protegemos del relativismo y la mediocridad. Tuve hermanos y profesores de didáctica exhaustiva con sólidos contenidos y estructura minuciosa, muy útil de cara a cursos venideros. Y paralelamente a la circunspección y austeridad mantenidas por el colegio me encontré con la holgura del sentido del humor, al que hermanos y profesores daban espacio. Esto me hizo descubrir el cariz amable de las cosas.

Una didáctica que ha instigado a los alumnos a desarrollar sus potencialidades, bien en jornadas lectivas, bien en semanas culturales o incluso certámenes o premios. Aquellos alumnos con un interés prioritario por algún saber han sido encauzados por los hermanos y los profesores para ulterior satisfacción y perfeccionamiento. Son muchos los antiguos alumnos maristas que agradecen la generosa sensibilidad y el atinado criterio que recibieron de los hermanos. Personalmente mis inquietudes por los idiomas y la música las pude desarrollar en un ambiente propicio; no sólo eran los profesores quienes avivaron mis preferencias por estas asignaturas sino también compañeros míos, entusiastas ante mi participación en actividades extraescolares sobre dichas áreas. El gusto por alguna asignatura siempre ha tenido eco en la comunidad marista para ejemplo de todos; los hermanos y los profesores han impulsado decididamente a alumnos con miras más allá de lo académico.

El espíritu del colegio cobraba un aliciente en las excursiones y las convivencias, donde maestros y alumnos vivían el ocio y la diversión en comunidad. Esos ratos distendidos entre profesores y alumnos eran el contrapeso a nuestro aprendizaje dentro del aula, en ocasiones arduo frente a la complejidad de una materia o la incertidumbre de unas próximas calificaciones.

Han pasado muchos años; pero queda imborrable una senda que comenzamos a trazar desde pequeños. Aquellas dudas y recelos, aquellos objetivos y retos de los primeros cursos dieron paso a la forja de nuestro carácter. Pongo como cabecera y a modo de conclusión el encuentro sincero, leal y efusivo desde la bonhomía y el compromiso más entrañables.

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