La voz oculta

Tal vez el Siglo de Oro y las generaciones del 98, 27 y 36... no sean guías para estos "novísimos"

De aquella Huelva de las "cuarenta tabernas y una sola librería" que heredamos de Rogelio Buendía, hemos pasado a una infinitud de versados poetas de acrisolada justas en debates esféricos y displicencia culta, dicho sea con todo respeto.

Hace años acudí a la presentación de un poemario y, dado que el estrado congregaba a más poetas que público (no superábamos una octava) decidí intervernir al final para felicitar al vate y de camino hacer un breve recorrido porque han dejado su huella entre los eriales poéticos onubenses.

Mi intención era rememorar a quienes, en una sociedad literariamente abúlica, habían conseguido traspasar el umbral rutinario y ensalzar a esos locos que osaron mantener la savia de unos versos que nadie leería.

Cité a los que nos legaron su espíritu creativo plasmado entre cuartillas olvidadas, y así, fui recordando a Salas Dabrio, Pizán, José A. Gómez Marín, Abelardo Rodríguez, Pepe Baena, Juan A. Guzmán, Andivia, Paco Pérez, Sánchez Tello, Juan Drago, Cobos Wilkins, Garrido Palacios, Juan Delgado... hasta llegar al denominador común por excelencia que la alargada sombra de Juan Ramón dejara en Curro Garfias, contrastara con la rima de Jesús Arcensio, optara por el verso libre e introspectivo de Odón Betanzos Palacio, substanciara la prosa poética de Diego Figueroa, refiriera la palabra hecha herida de José María Morón o encalara los sueños de Lara.

La mayoría han obtenido premios y reconocimientos en certámenes nacionales, pero, y he aquí mi sorpresa, para los estradistas, aquellos nombres eran pasado insustancial, reliquias del ayer.

No supe que decir ante tal presunción, evanescencia y esnobismo, ya que de lo que se trata es de beber en las fuentes de los antepasados, incluso para superarlos, pero no de enterrarlos sin haber ahondado en la luminosidad de su obra.

Tal vez el Siglo de Oro y las generaciones del 98, 27 y 36... no sean guías para estos novísimos, no conformen el eje reflexivo de su visión creativa, de sus voces poéticas.

Aquellos que sembraron la simiente de esas letras dormidas y supieron plasmarla en el umbral de nuestra cultura, merecen algo más que la mera indiferencia de estos maestros alas de la trova.

Para salpimentar tal necedad recabo la presencia de Diego Figueroa y su Aleluyagermánica: Pasé a Alemania opulenta, y allí con traza felona, fui el temor de los teutones, y el "furor de las teutonas". Pa morí.

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