AL igual que el coronel Kilgore, el irrepetible secundario de Apocalypse Now, alcanzaba el éxtasis olfateando las colinas calcinadas por el napalm en Vietnam, Donald Trump debe experimentar ciertos espasmos placenteros al oler el pánico que se ha apoderado de Occidente ante la probabilidad de que, en unas horas, se haga con la Presidencia de EEUU. Pocas sociedades han sido tan miedosas como la nuestra. Nos aterra todo: los millonarios de Queen, los quejidos del muecín, la hucha de las pensiones, la ingesta de carne roja, el voto de los jubilados británicos, los virus informáticos y los de verdad… Alguien debería poner un poco de orden, enseñarnos a ser valerosos como el detective del que nos habla Roberto Bolaño, que vuelve a la escena del crimen en plena noche, cuando ya no hay nadie y sabe que el asesino puede regresar o, peor aún, que puede encontrarse con sus fantasmas más íntimos. Un mundo más valiente nos ahorraría muchos desastres.

Sospechamos que tras la pasión con la que nos tomamos en España las elecciones de EEUU se esconden los mismos resortes psicológicos que en el entusiasmo que manifestamos ante Eurovisión o los premios Nobel: cierta novelería mezclada con una ignorancia supina y un disimulado complejo de superioridad. En general, sorprende la unanimidad que se suele generar en nuestro país en torno a los candidatos norteamericanos. El amor que provocó en su día el falso negro Obama muestra ahora su reverso oscuro en el odio hacia esa caricatura del capitalismo mandón que es Trump. Para los españoles, Hillary y Donald no son personas de carne y hueso, opciones políticas limitadas por el tiempo, las leyes y las sólidas e insobornables instituciones de EEUU, sino arquetipos, banderas, metáforas… Cualquier cosa menos realidad. Si gana Trump probablemente supondrá la aparición de algunos problemas en el horizonte, pero no la venida del anticristo.

Trump, el Brexit, la crisis de la deuda soberana, las convulsiones en el Islam o la aparición de los populismos de derechas e izquierdas en Europa son, siguiendo la metáfora de Fernand Braudel, la espuma que provocan corrientes poderosas y profundas. La única manera de desactivar completamente los problemas de la actualidad es comprendiendo estos fenómenos submarinos y actuando sobre ellos, pero mucho nos tememos que los mismos sólo se desvelarán en su plenitud con el paso del tiempo, cuando ya sólo seamos, en el mejor de los casos, memoria, materiales inertes para el trabajo de los historiadores.

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