La noticia se publicaba hace una semana en nuestro periódico: "El Ayuntamiento negocia la compra de Villa Rosa con los propietarios". Esa bellísima y entrañable mansión en las laderas del Conquero -uno de los lugares más sugestivos de tan atractivo paraje, hoy desolado, abandonado y ruinoso, todo un sarcasmo dentro de su condición de edificio protegido-, espera una vez más redimirse de su deplorable estado para inscribirse entre las realizaciones previstas en el marco de la llamada Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado -ampulosa terminología tan de nuestro tiempo- de la que los onubenses, con cierto escepticismo, esperan una articulación sensible y ponderada de un entorno de la ciudad que por su estética natural merece la más rigurosa actuación.

Lo escribíamos hace seis años tras aprobarse por unanimidad una moción en la que se pedía que Villa Rosa se integrase en el patrimonio municipal y repetíamos lo que tantas veces hemos escrito sobre el Conquero: si otra ciudad poseyera paraje tan hermoso hubiera hecho de él un lugar distinguido, admirable y paradisíaco. Aquí de siempre tan bello regalo de la naturaleza, cargado de tan arraigadas y emotivas sensibilidades para cualquier huelvano que se precie, no ha merecido nunca la atención y el aprecio debidos. Señalaba entonces un ejemplo o mal ejemplo el incendio, uno más entre tantos, sufrido días antes, que arrasó la desastrada maleza y cuanto había por delante desde la Fuente Vieja -otro hito de la Huelva sentimental e histórica tan dañado-, hasta el antiguo Chorrito Alto, especie de casbah pintoresca de la miseria y las carencias urbanas, que siempre padeció la Huelva indolente, alegre y confiada. Ahí queda como patética reminiscencia de un pasado, si no mejor, al menos más consecuente, Villa Rosa, un espectro de lo que pudo ser y no fue. Una mansión emblemática, una construcción singular con su aureola romántica y sentimental de ese Conquero mágico, que recrearon los dibujos sutiles y poéticos de Pepe Caballero o las plumillas encantadoras de José Bacedoni.

¡Qué distinta la evocación de aquellas páginas del libro de Rogelio Buendía Abreu, (1867-1941) Luz (novela de costumbres choqueras)! Sentimental y melodramática en su narrativa sencilla, a veces un tanto naif, de la Huelva de los primeros años del siglo XX, publicada en 1922. Una referencia idílica del hogar de la novia del protagonista. Un lugar privilegiado, tan distinto al de hoy, que ilustra la portada, reproduciendo una pintura atribuida al pintor de Galaroza, Marcial Muñiz Mendoza. El poeta y novelista onubense describe así tan delicioso lugar: "Difícilmente se podría encontrar otro sitio más bello… Flanqueado por huertos, pinares y viñas, el paseo se extiende por la parte alta de las colinas o cabezos, que casi circundan la parte antigua de Estuaria. Surgiendo entre un verdadero mar de exuberante vegetación…".

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