Cambio de sentido

La velocidad de las cosas

Raudas caen este otoño las hojas de los periódicos. Esta columna se autodestruirá en un instante

Va a ser cierta esa gastada frase: "Los acontecimientos se precipitan". Y tanto. En estos tiempos te despistas una chispilla -para pasear o abrazar o trabajar o hacer silencio- y, cuando echas mano, todo ha cambiado: el Govern, las sedes, los entes, la portada del digital, la hora. Raudas caen este otoño las hojas caducas de los periódicos. El manifiesto que firmé anoche no me vale esta mañana. Lo que iba a decir hace un momento ya no importa. Las cosas van más rápidas que mi ojo y que mi boca. Esta columna se autodestruirá en un instante.

La velocidad, ya se sabe, dispara la adrenalina, genera en el cuerpo (social) lo que bien podría llamarse -permítanme designarlo- el Síndrome de aliquindoi. Hay que estar con las orejas levantadas, atentos a las novedades más superfluas, que si te pierdes lo más mínimo después no pillas ni los chistes. Cada hecho estalla en un racimo de noticias, ante las que sentimos -qué agotador- la obligación de opinar enseguida por las redes, a poder ser con sentenciosa lapidariedad y una profundidad de pegolete. La grandilocuencia y las palabras redondas, que contraemos al escuchar a los políticos, se usan de amarras con fe ciega en esta mar revuelta. Olvidamos que están huecas, que también se las lleva la marea.

Nada, casi nada de importancia, sin embargo, aquí ha cambiado. De hecho, en estos días nos sirven de alivio las palabras de los poetas y pensadores de antaño. "Toda España está en un tris/ y a pique de dar un tras… -¿Cómo seguía?- …Y toda cuarteles es;/ al derecho y al revés/ su paz alterado han/ el rebelde catalán…". Leía este verano a Unamuno, unos artículos de 1908 sobre el problema catalán, con la certeza de que esto no se arregla a golpe de decretos. Ortega -leíamos ayer en estas páginas a Alberto González Troyano- ya vaticinó hace un siglo que, en la cuestión catalana, la solución pasa por Europa. En la cueva del viejo Zaratustra -¡ay don Ramón María!- el loro sigue repitiendo: "¡Viva España!"

Como una bandera atada a una lanza, un valsecito o la tormenta en un vaso: hay cosas que se agitan demasiado para lo poco que avanzan y ni mejoran: "Pace el caballo,/ acaban de venderlo:/ No se ha enterado", válgame Isabel Escudero. Hay, por el contrario, otras cosas cuyo cambio profundo se nota en que nada cambia. Gran señal del cambio climático es que, en vísperas de los Tosantos, aún no hemos cambiado de estación. España, más que romperse, se resquebraja. Se abre esta tierra en su sed. Lentamente.

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