Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Se van, claro

Jóvenes emigrantes sobradamente preparados: un nuevo rasgo del mercado laboral andaluz

E S ingeniero, con inglés solvente, 25 años, deportista, bien educado, con inmejorable presencia y alta disposición a trabajar. Si yo fuera él, mañana miércoles también volaría a las antípodas, adonde va con la ilusión que aquí ya se le estaba consumiendo. Otro joven valiente más de este sur donde chicos y chicas con alto perfil formativo ganan -si trabajan, y gracias- menos de mil euros al mes a cambio de un trabajo exigente, con unas perspectivas de mejora que, en caso de haberlas, no dejan de partir de un montante muy bajo. Él le echa valor a la cosa y se monta encima de su futuro. Tendrá que ser lejos, en la otra cara del mundo. Aquí, futuro no hay mucho. La ecuación que retrata al mercado laboral es elemental: poca oferta más mucha demanda igual a salarios de risa. Voces poco sospechosas de filantrópicas o de ser caducos socialdemócratas, como la Mario Draghi o, a nivel regional, la CEA junto a la universidad privada Loyola, reclaman que los salarios de los jóvenes deben subir a la voz de ya, por la seguridad y viabilidad del sistema. La desigualdad dejó hace tiempo de ser un concepto de cabecera de la izquierda: no es altruismo, es urgencia. Quienes trabajamos en la enseñanza universitaria, por ejemplo, nos podemos ver haciendo un oficio -formar para el mercado de trabajo- que se queda con los pies colgando: ¿para qué?

Qué lejano -20 años- y a la postre ingenuo queda aquel anuncio del Renault Clio que acuñó un acrónimo sobre la gente joven que ha dado paso a sucesivas revisiones degradadas de su significado: JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados). Sólo con cambiar la vocal recibimos un soberano mordisco de realidad: JESP, jóvenes emigrantes sobradamente preparados. Mirándonos el ombligo cabe devolverle la A, la de andaluz. Proponemos JESPA. El joven parado andaluz no sólo es universitario; los hay a miles en otras categorías: pobres, inmigrantes, con padres analfabetos, del entorno rural o de barrio periférico. Sucede que en el JASP no sólo se han invertido recursos públicos y privados notables, sino que sin JASP no hay futuro para un territorio. Hace falta no ya que tengan un empleo adecuado a su formación, sino que éste se pague de una forma digna, o al menos que no sea ridícula. Lo que somos se sintetiza bien -es un decir- en un dato: casi la mitad de los andaluces declaran percibir menos de 12.000 euros al año. Aspiramos a ser, en el mejor de los casos, Mileurilandia. Un sitio donde los salarios de las nuevas cohortes bien formadas no dan ni para un Clio a plazos.

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