El trapalón

El trapalón está atrapado por su propia trapacería y si satisface a unos enfada a los otros

Decía con esa sabiduría intuitiva del pueblo mi tata Felipa, de sobras conocida por mis amigos, "ése es un trapalón", para definir a quien era un ventajista parlanchín poco consistente en sus argumentos y, sobre todo, mentiroso. Parecía que los olía y tarde o temprano los hechos terminaban dándole la razón. Si viviera aún, ella determinaría con rotundidad que Carlos, el ¿molt honorable? de Cataluña, resultaría ser un trapalón.

Estoy convencido que si se le sometiera en uno de los realities televisivos al polígrafo -la máquina de la verdad- acabaría ésta echando humo, pues los cambios en sus discursos desde la permanencia en Europa hasta la consolidación de las empresas en Cataluña pasando por la burda manipulación de los hechos acontecidos, son tantos, tan profusos y tan poco veraces que no merece la pena relatarlos.

Sin embargo, frente a las trapacerías de Carlos, me choca escuchar en algunas tertulias verdaderas barbaridades pues hemos pasado de una clara petición de aplicación del artículo 155 a plantear serias dudas sobre al idoneidad de la medida y, sin solución de continuidad, plantear como alternativa, llegado el caso, el estado de excepción -no se sabían el artículo constitucional: 116- todo porque el 155 iba a generar violencia y establecían comparación con la guerra de la Independencia en 1808. Sencillamente patético. Más aún, el trapalón ha conseguido abducir a personajes, supuestos generadores de opinión, con el famoso diálogo, increíble. Pero, ¿qué diálogo?, ¿el de ellos? Bilateral, sin condiciones y como preparación de la independencia.

No le interesan las instituciones ni la conferencia de presidentes y, en consecuencia, amenaza con la DUI y no es capaz de darse cuenta que hasta ZPedro ha ajustado su posición -creo que acierta y revaloriza su liderazgo, es de justicia por mi parte afirmarlo- y desde luego, que le han dado ya 155 oportunidades a Carlos para volver a la legalidad. El problema es que el trapalón está atrapado por su propia trapacería y si satisface a unos enfada a los otros y, además, con su última respuesta, la música de la Yenka se le ha terminado y el trapalón, como el "alguacil, acabará alguacilando" y a él ni una convocatoria electoral le salvará.

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