EL rito constitucional, debería decir el título, pero es un poquito largo y el espacio de la columna aprieta. El caso es que vamos en cuarenta y ocho horas a meternos de hoz y coz en el puente de la Constitución, de la bendita constitución de 1978. Casi treinta añera ella, guapa, de muy bien ver y qué pocos hay que la quieran. A mí no me gusta del todo, le encuentro algunos defectillos de calado, léase el título VIII, pero con todo y con eso la quiero, y mucho. Y es mi amor un resultado de su nacimiento, de su cuna, de su génesis. Ella vino al mundo en el marco del espíritu de la Transición. Ese ejemplo de convivencia y civismo que España dio al mundo y que hoy es santo y seña en las facultades de ciencias políticas de medio planeta. Más hete aquí que una conjunción de follones y malandrines le han puesto el ojo y el punto de mira a nuestra dama. La acechan, la acosan, la vigilan día y noche y se han juramentado acabar con ella. Directamente o vía estatutos de autonomía de bochorno y vergüenza ajena que apuntan al entrecejo de la señora constitución. Ellos, esta patulea de liberticidas, no van a cejar en el empeño. Y nosotros, los que la defendemos, tampoco vamos a dar un paso atrás en su defensa. Por eso, con la puntualidad de las estaciones, aparece mi artículo en estas fechas, como un rito prenavideño, como una auténtica liturgia proconstitucional. Y con el rito literario de esta columna, junto a ella, aparece en el balcón de mi casa mi bandera de España. Veinticuatro horas estará colgada en mi fachada. Casi dos metros de rojo y gualda, con crespón negro, que provocará el espanto y el estupor de la pandilla nacionalista. Cáncer y cruz este de la convivencia allí por donde campan o aparecen.

Pero no acaban hay los sitiadores, los acechadores y los acezantes de nuestra constitución. Los hay peores. Son los disimulados, los taimados, los falsos que un día prometieron defender el honor de la dama y andan ahora mirándola de reojo con indisimulado deseo de echarle el guante y pasaportarla a otra vida. Estos forman otra banda. Son aquellos a los que han dormido muchos años con la nana de que una vez hubo una constitución maravillosa, fantástica, primorosa. Y es que en aquellas nanas nunca le contaron que aquella supuesta maravilla de las maravillas no fue más que un instrumento de discordia, de división y de sectarismo entre españoles. Y que la constitución de 1978 es, en todo, infinitamente superior a aquella sota de bastos con la que los españoles se golpearon unos a otros hasta las últimas. Esta de hoy es un instrumento de convivencia pleno de cordura y sensatez. Larga vida a esta carta magna. ¡Viva la Constitución!

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