La otra orilla

#525 de resistencia

Es lo que toca frente al capitalismo salvaje: resistir frente a los miedos, la pobreza y la desesperanza

Resistencia es una palabra en la que América Latina es experta. Resistencia a las distintas colonizaciones que ha ido sufriendo el continente. Resistencia a las sangrientas dictaduras que poblaron de cadáveres y desapariciones las calles de sus ciudades, esas que, en versos de Pablo Milanés, pisaremos nuevamente para llorar en una plaza liberada por los ausentes, para ver pasear por las alamedas de la historia, como decía Allende, al hombre libre. La resistencia latinoamericana está preñada de esperanza, de esa esperanza que se cimbrea frente a la sinrazón sin llegar a quebrarse nunca. La resistencia debe ir acompañada de la seguridad de que la historia cambiará, de la seguridad de que la solidaridad y la justicia se abrirán paso para hacer del continente un lugar donde vivir la utopía y la libertad. América Latina resiste porque durante toda su historia ha resistido.

Es lo que toca frente al capitalismo salvaje: resistir frente a los miedos, resistir frente a la pobreza, resistir frente a la desesperanza. Latinoamérica sigue empeñada en tomar las riendas de su destino, sin tutelas imperialistas o financieras. Latinoamérica sigue empeñada en salir a flote frente a bloqueos, frente a intereses espúrios, frente a gobernantes ineptos. Su destino es nuestro destino. Por eso hay que resistir, seguir creyendo en ese otro mundo posible que se empezó a gestar en Portoalegre, en Chiapas, en Bolivia, en la Nicaragua sandinista, ese otro mundo posible en el que los seres humanos son hermanos, en el que los empobrecidos son liberados, ese otro mundo posible en el que la economía estará al servicio del bien común, en el que el ser humano será el centro de la vida. Latinoamérica nos muestra el camino del no desánimo, del seguir horadando la piedra de la injusticia para que la gota de la esperanza siga, lentamente, el camino de lo posible, de esa utopía que más pronto que tarde será realidad.

Quinientos veinticinco años resistiendo. Quinientos veinticinco años soportando injusticias. Desde la cruz y la espada a la deuda eterna, pasando por las guerras de baja intensidad o los bloqueos comerciales del vecino norteamericano, y resistiendo, creando utopías fracasadas, es verdad, pero esperanzadoras porque el capital latinoamericano son sus gentes, sus riquezas naturales, su manera de enfrentar el desánimo con la constancia del que sabe que la razón y la historia están de su parte.

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