NO es que desconfíe de las encuestas que reflejan la existencia de una fuerte mayoría de españoles favorables a la reforma de la Constitución, pero creo que la formulación de las preguntas induce a ese resultado. Se trata, de alguna manera, de una mayoría construida con materiales heterogéneos.

Si a la gente le preguntan si quiere mantener la Constitución tal como está o prefiere que se modifique en algunos aspectos, la contestación es de cajón: han pasado 31 años desde que se aprobó, de manera que necesitaría adaptarse a los nuevos tiempos y a los cambios sociales y de mentalidad. Si a continuación se enumeran ocho o diez posibles cambios, cada sector de la población asume alguno o algunos de ellos, de modo que, por agregación, la corriente reformadora termina siendo mayoritaria.

Unos apostarían por establecer la igualdad del varón y la mujer en el orden sucesorio de la Monarquía, otros por el derecho a ser educados en castellano en cualquier comunidad, los de más allá por limitar las competencias autonómicas y los de más acá por el derecho de voto de los inmigrantes, habrá quien exija poder decidir entre monarquía y república y quien pida la eliminación del trato preferencial a la Iglesia católica. En resumen, todo español con conciencia política tiene en su cabeza la Constitución ideal (como pasa con la selección nacional de fútbol). Lo difícil es ponerlos a todos de acuerdo para que la reforma sea viable.

La Constitución de 1978 no es un texto sagrado. Ni puede serlo. Ella misma establece los procedimientos para su reforma, pero, escarmentados de una historia de inestabilidad y bamboleo -hubo incluso una Constitución non nata-, los benéficos padres de la patria que la pactaron y aprobaron quisieron que fuese difícil hacerlo. Una reforma esencial necesita mayorías de dos tercios en el Congreso y en el Senado, disolución de ambas cámaras, ratificación de la decisión por dos tercios de las nuevas cámaras y referéndum. Una carrera de obstáculos.

Tampoco hace falta enumerar tantas dificultades. Con la primera es suficiente por ahora, ya que ni PSOE ni PP tienen la reforma entre sus prioridades (Zapatero la tuvo en su momento, pero ya se le olvidó). Por tanto, ni en el Congreso ni en el Senado hay votos suficientes para un hipotético proyecto reformador. Digo hipotético porque lo que uno y otro quisieran reformar se contradice. Si ZP, por ejemplo, propusiera una refundación del Estado de las autonomías para contentar a los nacionalistas, Rajoy se opondría; si Rajoy impulsara un recorte de los estatutos, ZP lo rechazaría. De modo que no hay posibilidades en este momento. Así que la Constitución vigente es la mejor. Por eliminación: ninguna otra tendría mayor consenso.

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