Querido primo, te escribo después de un tiempo demasiado largo desde nuestro último encuentro, en el cual Eli y tú fuisteis unos inigualables anfitriones para mostrarnos Tarragona, su rica historia y su vitalidad de hoy. Me gustaría comentar contigo algunos aspectos de la conflictiva relación entre tu Cataluña y nuestra España. Entre el aluvión de noticias y ruidos que cada día nos cercan, es difícil discernir las verdades de las construcciones interesadas que ahora llaman posverdad. Por eso creo que cambiar impresiones con una persona inteligente como tú, a la que me unen, además de los familiares, lazos de afecto sincero, podría poner algo de luz en esta maraña.

Para esta conversación, te propongo un hilo conductor: la historia. Pero no me voy a remontar a la que hizo imperial a Tarraco, cuando la civilización romana nos trajo arte, cultura y el latín, idioma del que surgieron tu catalán, nuestro castellano o español (tanto monta), el valenciano que yo hablaba de niño en Carcaixent (como lengua diferenciada o como dialecto, díganlo los lingüistas y callen los políticos). Ni quiero detenerme en la invasión árabe, cuya huella majestuosa quedó en el castillo que Al Andalus dejó en un recodo del Ebro, en tu Miravet natal. Mucho menos en esa guerra, que unos pretenden fue de Secesión catalana y otros afirman que dirimió la pugna entre familias reales para ocupar el trono de España. Ni quiero entrar en hechos diferenciales ni en circunstancias identitarias que, según dicen algunos, nos hacen diferentes.

No. Quiero hablar de una maestrita salmantina, Paz, mi prima, pero a la vez tan hermana que compartimos nuestros dos apellidos, cuyo destino profesional la llevó a enseñar conocimientos e inculcar valores a los niños de Miravet. Y quiero hablar del miravetense Joaquín Segarra, hombre honrado y trabajador infatigable, que compartía el cultivo del huerto con el trabajo en la industria. Y del amor que surgió entre ellos, del que nacisteis Montse y tú. Vosotros y nosotros tenemos claro que formamos una familia unida, que no se erosiona por el distanciamiento físico ni por el tiempo inexorable. Se trata sin duda de una historia privada, pequeña, pero es la que me interesa. Con muchos miles parecidas, es la historia que hacemos las personas, no la que nos cuentan. Y esa historia a mí me dice que un catalán como tú -y como millones más- no será nunca para mí un extranjero.

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