ONCE mil kilómetros han tenido que recorrer 270 mujeres filipinas para trabajar en la recogida de fresas en la provincia de Huelva. Casi todas son de la población de Baler, que se había hermanado con Almonte, y de esa extraña confraternización trasatlántica ha surgido la idea de importar mano de obra de la antigua colonia española.

Las primeras de Filipinas: es la primera vez que jornaleras de ese país se unen a los contingentes de mujeres que los empresarios del feraz campo onubense contratan para la campaña de la fresa y los cítricos. Es un número aún insignificante comparado con las 16.200 traídas de Marruecos o las 12.000 de Rumanía. ¿Por qué la mayoría son mujeres? Pues en consonancia con una política inmigratoria planificada y cauta: se selecciona en origen a mujeres que dejan en su tierra marido e hijos. Así se garantiza que no que van a quedarse cuando acabe su faena.

Se trata de una fórmula muy conveniente para ambas partes y, por supuesto, ajena al follón que se organizaba años atrás cada temporada, con un aluvión de inmigrantes irregulares que se hacinaban donde podían y prestaban sus penurias a cualquier modo de explotación. La única contradicción que se esconde detrás de estos datos de armónica convivencia a plazo tasado no se refiere a las relaciones entre inmigrantes y autóctonos, sino a estos últimos, a su conducta y su cultura laboral y social. Pido a mis compañeros de Economía el dato: en febrero había en Andalucía, según estadísticas del Ministerio de Trabajo, 38.310 parados en el sector agrario. ¿Ninguno está interesado en trabajar durante cuatro meses recogiendo fresas o naranjas? Quizás a muchos les coja lejos Lepe, Cartaya o Almonte, sobre todo si partimos de la base de la enemiga mortal a la movilidad que los asalariados españoles tienen más que demostrada. Pero ¿y los que viven en Huelva? ¿Ninguno de los 5.593 desempleados censados en el campo onubense quiere viajar dentro de su provincia para salir de las listas del paro y coger un empleo temporal en lo suyo, que se supone que es el campo? Vale: solamente se cobran 900 euros al mes -como a muchos investigadores, licenciados o periodistas-, pero yo suponía, ilusamente, que un parado prefiere siempre trabajar que recibir una ayuda de la sociedad sin rendir nada a cambio.

No pasa sólo en la fresa de Huelva o los invernaderos de Almería. Las primeras de Filipinas, y de otros tantos sitios, ya están en la hostelería y la construcción, en muchos comercios y servicios de limpieza. No para disputarnos el trabajo, como se grita desde la ignorancia en la que prende la xenofobia, sino para hacer aquellos trabajos que nosotros no queremos hacer nunca más.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios