La otra orilla

Javier Rodríguez

Nuestros pobres

A mí lo que me sorprende es que un problema con tan fácil solución no se termine de resolver

Uno de los temas recurrentes (aunque sea para rellenar) de la prensa en invierno es la situación de las personas sin hogar. De pronto, cuando el frío y las precipitaciones arrecian, recordamos que hay gente viviendo en la calle. Personas que carecen de un sitio donde dormir en condiciones, de un sitio en el que asearse, un sitio en el que alimentarse, un sitio en el que descansar y despejar la mente, un sitio del que sentirse parte, un sitio en el que te cuides y te cuiden cuando estás enfermo o cuando no lo estás…

De pronto, cuando bajan las temperaturas, nos hacemos los sorprendidos, los indignados y los compungidos: ¡cómo puede haber alguien durmiendo en la calle con este frío!

A mí lo que me sorprende es que un problema con tan fácil solución no se termine de resolver. "No será tan fácil", dirán algunos. No más de 300 personas en esta situación en la capital. Seguro que hay algún gasto superfluo que podríamos suprimir para abordar esto: más inversión en vivienda pública, mayor dotación para los Servicios Sociales para que puedan hacerse cargo de este asunto, apuesta decidida por la Economía Social, priorizar el largo plazo y no los paños calientes: repartos asistencialistas de comida, servicios que palían las consecuencias del problema pero no lo resuelven, deben quedar como medidas de emergencia, no como el centro de la atención a las personas sin hogar, porque el centro de la respuesta a las personas sin hogar debe ser, precisamente, ese, el garantizar el acceso al hogar. Por supuesto, con medidas de acompañamiento, con acceso a los sistemas de Salud, Empleo, Educación, Protección Social… Aunque esos sistemas están de "mírame y no me toques", pero eso es otro tema.

Llegados a este punto me van a permitir que me ponga cínico y además lo avise: posiblemente estemos esperando a que el problema siga creciendo hasta que tenga unas dimensiones que lo hagan irresoluble o puede ser que, en el fondo, necesitemos ver gente durmiendo en los cajeros: nos hace sentir superiores, no somos como esos desgraciados, hemos trabajado duro para lograr nuestras casitas, ¡que hagan lo mismo! Ver un pobre durmiendo en un banco puede, incluso, inspirarnos hermosas poesías, fotografías o incluso artículos de denuncia, como este. Nos permite regodearnos en nuestra bondad voluntariosa en un comedor social. Mejor no resolvamos el problema, mantengamos a esas 300 personas en la calle.

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