Tengo por costumbre empezar a leer los periódicos por la contraportada. Concretamente por la columna que se escora a la derecha de los mismos. Esta rareza me viene porque en esos lugares y en diversos periódicos, desde que tengo uso de razón si es que tengo dicha gracia -que personalmente lo dudo y mucho-, un individuo llamado Francisco Pérez Martínez, más conocido por el pseudónimo de Francisco Umbral -aunque también utilizó el de Jacob Bernabéu- solía escribir diariamente hasta hace unos años.

Paco Umbral era uno de los mejores articulistas de prensa de este país desde que Eduardo Haro Tecglen le dejase solo en esa tarea en 2005. Con el fallecimiento de ambos, para encontrar articulistas de su talla debemos remontarnos a mi entender a González Ruano, a Larra, a Rulfo o a García Márquez.

No deseo escribir de su obra -poesía, narrativa, ensayos, crónicas, diarios, biografías…-, larga y extensa, sino de su persona.

Escritor autodidacta solo asistió un año al colegio de donde lo expulsaron por golfo. Enfermizo. Maniático. Lector empedernido. Delibes lo descubrió para el periodismo y Cela, posteriormente, le daría el empujón para que fuese conocido como escritor.

La muerte de su hijo cuando contaba seis años de edad, por leucemia -fruto de su relación con la fotógrafa de El País María España- terminó de cincelarle el alma con notas tristes y agrias.

En el Madrid de la movida, se rodeó de perdularias, de maricones (diría el propio Umbral sin sonrojo alguno), de cocainómanos, de niñas bien, de fumetas, de pasotas, de rojos, de artistillas, de pseudo poetas…

Usaba los tacos, en público y en privado, mucho mejor que Cela -que ya es decir-, al que superó en estos aconteceres y en otros aunque no haya recibido -aún- tales reconocimientos.

Brillante, creativo, fecundo, mordaz, crítico, provocativo, soberbio…, nos ha dejado una obra literaria impresionante, con una visión libertaria y ácrata del mundo que desparramó durante mucho tiempo en las tertulias del Café Gijón de Madrid. Vamos, que Paco Umbral siempre escribió lo que le salió de los güevos y además lo hizo con la solidez de los grandes.

Desde que no puedo leer en la contra de un periódico Los placeres y los días, como titulaba sus columnas en los últimos tiempos, hay una especie de vacío que no soy capaz de cubrir con los acólitos que le han sucedido. Umbral estaba conformado de una pasta especial difícil de adquirir en el mercado periodístico actual.

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