Los pesimistas

¿Por qué el señor Iglesias se ha convertido en el 'valetservant' del ultranacionalismo patrio?

Los pesimistas son estos señores que creen que unas elecciones en Cataluña, tras la aplicación del 155, no van a solucionar nada. Pero este pesimismo, pero este conformismo, a la manera de Julio Iglesias -La vida sigue igual-, ignora dos hechos de superior importancia: uno primero es que, tras las próximas elecciones catalanas, no es probable que se produzca otra declaración de independencia porque con la primera ya nos hemos divertido lo suficiente. Un segundo efecto, estrechamente asociado al primero, es que el Parlament resultante de tales comicios se verá obligado -¡oh, fatalidad! ¡oh, dioses!- a hacer política, con la consiguiente molestia que ello conlleva. Y un tercer fenómeno, derivado de los anteriores, es que la política de la CUP, añadida a la capacidad visionaria de don Oriol Junqueras, va a traer inesperadas cotas de libertad y riqueza a la ciudadanía catalana; de donde cabe deducir que el independentismo catalán quizá no alcance a durar ese milenio largo que nos prometían.

De modo que el conformismo, que el inmovilismo, no tiene explicación alguna, salvo esa política del mal menor, tipo Jordi Évole, que encuentra tan desafortunado saltarse la Constitución como exigir su cumplimiento. En ese limbo de las almas puras se halla también alcaldesa de Santa Coloma, doña Nuria Parlon (aquí habría que preguntarse, con el viejo Villon, "¿pero dónde están los socialistas de antaño?"), así como el entrañable señor Iglesias, cuya insólita capacidad para el desacierto no ha sido justamente ponderada. Hasta donde recuerdo, en este infortunado embrollo del procés, el señor Iglesias no se ha situado nunca del lado de quienes pretenden cumplir la ley (exigiendo, de paso, la igualdad entre españoles), y sí de quienes sueñan instaurar una pequeña república xenófoba en el noroeste de España. ¿Por qué el señor Iglesias se ha convertido en el valet servant del ultranacionalismo patrio? No sabríamos decirlo con exactitud. De hecho, no sabríamos decirlo ni por aproximación. Aunque no debe excluirse un tardío brote de épica adolescente.

Yendo a la parte seria del asunto, sin embargo, las próximas elecciones ofrecen una novedad crucial al electorado catalán. Ofrecen una visión ajustada, hoscamente real, del precio de sus ensoñaciones. Pero ofrecen también un regalo mayor y en buena medida inesperado: ofrecen la vuelta la política, ¡la tediosa y previsible política!, toda vez que se abandone el escalofrío teológico del Pueblo Elegido.

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