La verdad es plural

Marisa Fernández / serrat

Contra lo ordinario

El final del verano fue extraño no sólo climatológicamente hablando. Venías de la playa y te tropezabas con una escena inusual: la procesión de la Virgen de los Dolores por la calle. Entrados en noviembre, otro extraño encuentro se produce esta vez por el centro; se trata de la Hermandad de la Oración en el Huerto procesionando y, sorprendentemente además, quienes admiraban la Custodia lo hacían con las manos cargadas de paquetes de compras por Navidad. A la Virgen de la Victoria, que salió en procesión el pasado 6 de diciembre, se la pudo acompañar por su barrio a la salida de la comida de empresa, tradicional por las fechas navideñas. Evidentemente, el tiempo baila en el calendario y este adelanto afecta a todo lo que viene después, como la celebración del fin del año. Por ello, no han sorprendido tanto las imágenes de 45.000 personas tomándose las uvas y brindando con champán por el 2015 en la Plaza Mayor salmantina ¡un 11 de diciembre!

No acabo de acostumbrarme. Si nos felicitamos en "el puente de la Inmaculada" ¿a quién felicitaremos cuando llegue la Navidad? Si comemos turrones durante todo el año, le estamos privando a las fechas navideñas de esa delectación de los dulces navideños. Si los Reyes viniesen varias veces en el año, no serían esperados con tantas ganas. Si las calles de Huelva este año han olido a cera mes sí, mes no, ¿no irá consiguiendo que se extinga ese deseo de aspirar ese olor en primavera? Esa ilusión en los miércoles santos para ver a la Victoria en la calle y esa expectación en ese día ¿no puede disminuir este año si la vimos pasear en diciembre? ¿Cómo se va a ir al Rocío con las mismas ganas si se visita la aldea varias veces al año con jolgorio incluido? ¿Cómo saborear igual el marisco si se come durante todo el año? ¿Qué sorpresa encierra si todo el año se ven procesiones, si se disfraza el personal en cualquier fiesta, con o sin Carnaval?

No, no sólo reivindico las tradiciones, que también. Lo que reclamo es la capacidad para valorar lo extraordinario, para apreciar lo inusual y salir de la rutina. Lo que denuncio es el ansia por engañar al calendario, las prisas por adelantar acontecimientos, la pretensión de desmitificar los eventos extraordinarios convirtiéndolos en ordinarios. Hay hechos que, en gran medida, se valoran porque son irrepetibles en el año. Reclamo la cena familiar del 24 y del 31 de diciembre y cuando más disfruto de los pasos procesionales es en primavera.

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