la celosía de humo

Manuel / Gómez / Beltrán

Los de la orden contemplativa

LOS ves venir en grupitos con un estilismo a la última: pantalón culero, camiseta de rayas horizontales, pelos de púa y, como complemento, unas gafas de pasta. Van de templo en templo, gesticulando, señalando en el aire formas y tamaños con las manos. Entran en la iglesia con el mismo tono de voz que traen de la calle, como si entraran en cualquier sitio y, sin saludar al sagrario, se plantan delante de la Virgen que está en besamanos. Y es entonces cuando empieza el minucioso examen al que será sometido el prioste que haya montado el altar, y al vestidor de la imagen. Ellos entienden mucho y se constituyen en el más severo tribunal del gusto cofrade.

Los de la orden contemplativa (así llamados porque su única misión en las cofradías es contemplar) no miran, sino que escudriñan, diseccionan, radiografían y emiten su juicio inapelable.

Una vez examinado el altar, si ponen los ojos en blanco y susurran entre dientes expresiones como "qué reinaaa,….qué poderío" o epítetos semejantes, el prioste podrá dormir tranquilo: ha superado el examen, y con nota. Pero en cambio, si mueven la cabeza como negando y emiten sonidos guturales chasqueando con la boca (como las Pepis de Cádiz), ya se puede echar a temblar el vestidor de la Virgen por no cumplir las expectativas. Porque ellos, más que un vestidor, lo que quieren para la imagen es un estilista.

El numeroso noviciado de esta nueva observancia es capaz de permanecer horas a pie de altar en éxtasis contemplativo. Pero en el momento que el cura pisa el presbiterio y dice "En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" para dar comienzo la Misa, huyen despavoridos camino de otros cultos donde poder despellejar (fraternalmente, eso sí, que para eso somos cofrades) a otros priostes. Y es que hay que ser un cura malaje para interrumpir el besamanos, con lo bonita que estaba Amargura, Dolores o Soledad, porque ellos nombran así a la Virgen, como si fuera la vecina de arriba o la que vende en el quiosco de la esquina.

Y es que si hay algo inherente a los de la orden contemplativa, como la estameña y las alpargatas a las Hermanas de la Cruz, o las barbas a los Capuchinos, es la alergia que tienen sus componentes a una balleta y al Tarni Shield, y a asistir a un quinario, o simplemente a un rosario, lo llevan al cuello, pero rezarlo no es moderno, es cosa de beatas, y no entra en sus cálculos.

En la cofradía, el día de salida, los contemplativos tienen un tramo propio, justamente el que va entre los ciriales y el paso de palio, y como el carisma de sus reglas no obliga al silencio, gritan, aplauden y vitorean, salvando incluso las molestias que les causan los acólitos, la presidencia del paso y el tramo de fotógrafos, que esa es otra.

Conozco a muchos profesos y sé que algunos acabarán siendo cofrades comprometidos con su hermandad y con la Iglesia. Otros abandonarán antes de los votos perpetuos. Pero mientras tanto refuerzan esa imagen de superficialidad que tanto daño causa a la Semana Santa. Gracias a Dios hay libertad para llegar a las cofradías por el camino que uno quiera, pero alarma la pujanza de esta orden en detrimento del ora et labora benedictino que tanto bien nos haría.

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