Hemos visto cómo se transforman ciudades a galope: Sevilla, Barcelona, Bilbao. Al otro lado de nuestra orilla, en Marruecos, Tánger se ha convertido en una urbe de un millón de habitantes, ha encalado ese bloque blanco sobre el mar que es su kasbah y está terminando de construir un puerto para cruceros y una marina de lujo con capital qatarí. En la propia ciudad, abierto a un paseo marítimo remozado. Cuenta con dos puertos de mercancías enormes, pronto inaugurará el tren de alta velocidad hasta Casablanca y está construyendo un enorme polígono para la industria automovilística. Tánger es una paradoja, era el único norte pobre en un mundo donde los pobres viven al sur y es el único sur que se está desarrollando a mayor velocidad que su norte. Algeciras, cuyo puerto está mejor situado, sigue estrangulada por la negligencia de un Gobierno que o bien beneficia al Levante español o ha decidido darle un poco de tiempo a los intereses de Marruecos. No encuentro otra explicación a tanta traición. No me gustaría tener un rey como el de Marruecos, pero sí echo de menos un Gobierno con voluntad de darle un poco la vuelta a la historia; ya hemos comprobado cuál es el veneno de las economías subvencionadas, ni una más, pero dejen de echar hielo sobre una comarca andaluza que sí avanzaría como una gran locomotora.

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