No te conozco, niño, pero he visto tu cara y tu cuerpo en todas las portadas de prensa y las entradas de los informativos. Te llevan en volandas gente que grita exigiendo venganza; que juran por algún dios que lo que han hecho contigo lo pagarán caro. Lo malo es que los que morirán, no serán los responsables. Serán más niños inocentes, como tú.

No podría explicar por qué ha sido necesario que mueras. Tanto tú, como los cientos de infantes muertos en esta guerra infinita, hace que debamos desconfiar de los gobiernos, de la política, de la diplomacia, de las religiones y, sobre todo, del ser humano y de sus objetivos.

No hay que fiarse de nadie, niño, de nadie. El mundo es un banquete de lobos hambrientos. Es una cuestión de dinero, de propiedades, de puro materialismo. Solo eso. Y debo reconocer que me genera una honda tristeza manifestar esto.

Sé que aún usas chupete; he visto en la fotografía cómo cuelga de tu cuello muerto un chupete con una cadena de plástico azul -como el color del cielo en un día esplendoroso de luz-.

En ese cielo -dicen- está tu dios y el de los otros. Coexisten allí sin problemas, en lo etéreo; pero, sus diferencias, las dirimen los hombres aquí, en tu tierra o en la mía, matando inocentes.

Si hubieras podido llegar a una edad en la que comprender los libros sagrados de unos y otros comprobarías que esto fue siempre así. Que no hay cielo sin infierno, que son las dos caras de una misma moneda. A los dioses les agradan los sacrificios: los hombres lo hacían y lo hacen en su gloria, en su honor. Una verdadera bestialidad.

Vuestros asesinos tienen nombres y apellidos. Los dirigentes que propician tales injusticias también. Los objetivos militares -tan inocentes en el papel ¿verdad?- se convierten en dagas que siegan la vida de la yerba verde, como la tuya, pero, a los estrategas de este averno les da igual.

Si tuvieras más años te explicaría, niño, que el negocio de la guerra está por encima de la ética, de cualquier ramalazo de moralidad. Los detentadores del poder económico propician los escenarios adecuados y a la ciudadanía nos corresponde poner los muertos. Aunque parezca aberrante, para ellos el fallecimiento de los otros es un juego en el tablero de ajedrez del mundo.

Sé que hay muchos ejemplos como el tuyo. Pero, a ti, te escribí un poema no hace mucho. Hoy me arrepiento de haberlo hecho: "Los dioses te mataron/ y los hombres fueron su instrumento…".

¡Hasta siempre, niño!

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