Hace solo unas horas que se clausuró en Salvador de Bahía una nueva edición del Foro Social Mundial (FSM), el encuentro internacional de movimientos altermundistas. La primera celebración del FSM se dio en 2001 en Portoalegre, como contracumbre a la famosa reunión de Davos, e inesperadamente logró colocar en la agenda mediática la lucha de los movimientos sociales, en las distintas regiones del mundo, contra las muchas caras de la exclusión. Aquel acertado eslogan de otro mundo es posible logró calar en la opinión pública, que volvió sus ojos hacia ese gran espacio de trabajo e intercambio de la sociedad civil a escala planetaria. El FSM fue a la vez un síntoma y un potenciador de la esperanza.

Hoy, 17 años después, cuesta encontrar una breve reseña en los medios sobre este evento. Todo está conectado: la coyuntura política internacional, que durante los primeros años del siglo pareció revalidar los objetivos del Foro, camina ahora en sentido adverso. En las discusiones y grupos de trabajo, las luchas cotidianas -vivienda, medio ambiente o igualdad de género, por ejemplo- han ganado terreno frente al debate sobre los grandes sueños utópicos. De ahí la honda expresividad del lema que ha logrado reunir, estos últimos días, a 50.000 participantes de 120 países en torno a más de mil actividades: Resistir es crear, resistir es transformar.

El Foro se ha ido adaptando a las dramáticas condiciones y desafíos del presente, sufre las mismas contradicciones que las luchas sociales en todo el mundo frente al envite del neoliberalismo. Pero sigue representando la férrea voluntad de los movimientos y organizaciones de no perder su voz y su espacio de resistencia. Significa también apostar por la mirada amplia, generosa, que integre la unidad en la diversidad para aspirar a cambios reales y transformadores. Y su trabajo permanente a lo largo de estos años recuerda, por cierto, que es necesaria mucha paciencia histórica, porque las conquistas sociales nunca se dan a corto plazo.

Este artículo es un agujerito en un muro de silencio mediático que ignora tantas expresiones de dignidad y esperanza, a siete mil kilómetros de aquí. No es mucho, quizás nada. Pero por él se cuelan las voces de las mujeres, de los pensionistas, de los inmigrantes en situación irregular, de todas esas realidades cercanas que buscan cada día ser oídas y tenidas en cuenta. Por ellos, para todos ellos, ese otro mundo posible es más necesario que nunca.

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