Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

La (eso) mili

Que la gran esperanza blanca de la política europea haya tenido la ocurrencia de volver a la mili, lo dice todo

Me tocó en el año en el que todo el país estaba de fiesta. Barcelona con sus Juegos y Sevilla con la Expo, mostraban la cara más moderna de una sociedad recién salida de la dictadura y con el recuerdo del golpe de Estado en todos cuantos nos visitaban. Mientras tanto, un servidor malgastaba nueve meses de su vida al lado de casa, de Bilbao a Lanzarote sin escalas y por cortesía de un Ejército viejuno que se resistía a dar su brazo a torcer y nos obligaba a hacer todavía no sé qué. A los de la Logse, les sonará a exageración bilbaina, pero el cómic de Ivá, Historias de la Puta Mili, aquellas páginas que salieron en El Jueves y después por separado, estaban terminantemente prohibidas con amenazas de arresto inmediato, lo que hacía que fuera la lectura más consultada entre nosotros.

No voy a contarles mis aventuras de soldado valeroso, porque no lo fui, porque no quería estar allí y porque no me sirvió absolutamente para nada, pero uno de mis compañeros, cuando dormimos por primera vez en un infecto cuartel en Las Palmas donde esperamos una semana sin hacer absolutamente nada a que se secara la pintura de nuestras instalaciones en Lanzarote (es absolutamente cierto), el primer día que nos despertamos gritó: "¡270!" Me lo quedé mirando y pensé que el sol que aquel febrero castigaba como alguien del norte no recordaba a esas alturas de año, había hecho su efecto en forma de locura permanente. Cuando a la diana siguiente dijo "269" comprendí que trataba de darse ánimos con la cuenta atrás de los días que nos quedaban por delante. Era uno de los que, gracias a las prórrogas por estudios, más edad tenía y con esa autoridad le dije: "Como vuelvas a decir un número al levantarte, será el último que digas". Me hizo caso.

Por eso los esporádicos y afortunadamente poco escuchados recuerdos a esa etapa que nada bueno tenía, de regresar a un sistema ridículo y absurdo, de "hacer hombres a una juventud que necesita disciplina" y otras sandeces no habían encontrado ese eco en nadie que tuviera un mínimo de juicio. Hasta ahora. Una de las esperanzas de la política europea, el presidente francés, lo acaba de proponer y parece serio. Que uno de quienes está llamado a regenerar y cambiar las cosas se sume a semejante estupidez dice mucho de nuestra sociedad y de unos dirigentes que no se sabe en qué demonios de planeta viven. Bernard Shaw dijo: "Los políticos y los pañales hay que cambiarlos a menudo y ambos por la misma razón".

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