Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

El método del 'pasador'

EL horror es una alimaña con una prodigiosa capacidad de ocultación. Cualquier abrigo le sirve para esconderse y pasar desapercibido mientras lleva a cabo su pavoroso trabajo. Vale un sueño, un gesto o una palabra. Lo principal es que no lo advirtamos o lo hagamos demasiado tarde, cuando ya no es posible la vuelta atrás. Yo no sabía hasta ayer qué era el método del pasador. Así, fuera de contexto, el método del pasador sugiere una técnica para recoger el cabello o incluso para anudar los cabos de una embarcación. Sin embargo, no tiene nada que ver. Es una de las guaridas del horror y la deshumanización.

El pasador es un hombre, un sujeto que se dedica a transportar a nado durante doscientos o trescientos metros varios flotadores o colchones hinchables. El pasador lo alquilan por lo general los subsaharianos que han llegado a la costa marroquí y quieren llegar a Ceuta o Melilla por mar pero no son capaces de nadar con la suficiente energía o simplemente no saben nadar. El pasador suele arrastrar tres o cuatro colchonetas hinchables en cada viaje. Las remolca mediante unas cuerdas que anuda a su cuerpo. Cuando llega a la costa, se deshace las ataduras y abandona a los clientes que, para el último tramo hasta tierra firme, se deben impulsar por sus propios medios. Quizá es el aire ligeramente infantil, de juego veraniego junto al mar, lo que hace más espeluznante el método.

El pasado mes de septiembre un pasador se dispuso a conducir tres colchonetas a la playa ceutí pero cuando le restaban cien metros fue avistado por la Guardia civil. Los agentes interceptaron a los clandestinos y, para hacerlos regresar y que no volvieran pasar a territorio español, les rajaron los flotadores con una navaja. Dos o tres, al parecer volvieron por donde habían venido, o se esfumaron, pero un tercero, que no sabía nadar, se hundió. Cuando los agentes se percataron de su impericia para mantenerse a flote y avisaron a los servicios sanitarios ya era demasiado tarde. El hombre murió. Tenía 29 años.

Este terrible suceso es, como decimos los periodistas, un caso de horror presunto. El fiscal ha ordenado al juez que verifique si los hechos ocurrieron tal como ha denunciado la Comisión de Ayuda al Refugiado o conviene matizarlos. Ojalá fuera todo un equívoco. Pero lo incuestionable es que un número no determinado de personas se deja arrastrar por un nadador, a quien confían durante unos cientos de metros su futuro y su vida, en un colchón neumático.

Cómo contrastan estas mínimas historias con la fría estadística sobre inmigración que hemos oído durante la campaña electoral, con los contratos de integración, las restricciones, la relación neutra de detenidos y de expatriados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios