155, 'ma non troppo'

Dudo si la prisión de los Jordis ha sofocado más a los afines a la causa que al propio Gobierno

Como en los elegantes programas de las óperas de Verdi, así podría describirse la música del tan manido artículo 155 de la Constitución interpretada por el presidente Rajoy, que no parece precisamente un aficionado de la música heavy. La gente creía poco más o menos que el 155 traería del tirón la suspensión de la autonomía en Cataluña, la recuperación de las competencias asumidas por aquella o cedidas graciosamente por el Estado (lo serio que se ponen algunos pidiendo su recuperación, y lo alegre que se les veía cediéndolas no hace tanto entre poema y poema de Pere Gimferrer…), la restauración de la legalidad constitucional, en definitiva, el fin del desahogo independentista, pero de eso sólo llegan los ecos de una melodía ralentizada, correspondencia cruzada que más que dar amaga, como una versión posmoderna del cuento de la buena pipa.

Lo que ocurre es que fuera de esa retórica cansina la vida sigue su curso, normalmente a una velocidad mayor de lo que los actores políticos quisieran. Y así la Policía y la Guardia Civil investigan, y los fiscales acusan, y los jueces resuelven, incluso a veces privando de libertad, como acaban de hacer con esos Jordis indepes y ricachones. Dudo si la prisión de estos agitadores de la secesión ha sofocado más a los afines a la causa (que, cuanto menos, han encontrado aquí otro argumento falaz del estado central opresor contra el pueblo indefenso) que al propio Gobierno, temeroso ante el vértigo de enfrentarse a una situación incierta y desconocida sin aparentar demasiada confianza en las decisiones a tomar, que por fuerza serán varias y de distinta consideración.

Esta aplicación lenta y gradual del artículo 155, en la que se intuye la mano del Partido Socialista y lo que le rodea, tiene la virtud de la prudencia a la espera que los condicionantes económicos y geoestratégicos (la Unión Europea le pone la proa al procés al tiempo que el dinero, huidizo y esquivo siempre como un extremo habilidoso, pone pies en polvorosa) allanen el camino para la desactivación definitiva del plan con la desunión de sus promotores, la convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña y la difusa promesa en el horizonte de una reforma constitucional pactada. Y cuando esto llegue, que llegará, será el momento de preguntarse: ¿Y quién paga la factura de la fiesta? Mucho me temo que no hay que viajar demasiado lejos para encontrar la respuesta.

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