José / Antonio / Mancheño

La luz que nunca muere

Cuenta el relato que sobre a hora sexta, las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora nona oscureció el cielo y el velo del templo se rasgó, por medio. Jesús: dando un gran grito exclamó: Padre mío en tus manos encomiendo mi espíritu y diciendo esto, expiro.

Lucas va describiendo la muerte del Hijo en la crucifixión de todo hombre, esa hipérbole de aquel grano de trigo que ha de pudrirse para dar fruto. Esa revelación de un templo nuevo , que una vez derruido , seria reconstruido en tres días.

Los cristianos somos como aquel Templo, que unidos por un Jueves, santifican el pan ácimo de la ciudad y hacemos testimonio del Reino anunciado.

Procuramos percibir que este sol del Calvario se derrumbe para brillar en luz eterna , como ese río que pierde su angostura para llegar al mar. Todos, hemos de conciliar el peso de la cruz con la liberación del espíritu.

En esta hora, acuden a mi mente esos Jueves de Gloria en la penumbra de otros tantos cofrades que gozan la presencia de Dios y humildes capataces de su atajo, siguen contando entre nubes de incienso, la secuencia perdida del misterioso rito junto a quienes prendemos su memoria e imitamos su guía y su camino.

Quizás los ángeles trenzaron junto al carisma del olivo, el capirote de Rafael Baena, las andas mercedarias de Eduardo García Fernández, la agustina correa de un hermano que por su Buena Muerte se aventura en Manuel de la Corte, peregrinos en esta larga senda de la fe y de su explotación fraterna y sacramental que profesamos en cuyo itinerario surge el clamor de Cristo hasta la ardiente y dolorida cera de esta Estación de Penitencia que a través de los siglos, seguimos rememorando, aun, en plena ola de laicismo.

Hoy es Jueves de un sol que mas reluces, de entre las cincuenta y dos semanas, donde la sombra espera acometer su espanto y silenciar los cielos un canto de azabache. Su amargor infinito es siembra de universos que fundieron la sangre, el estertor del Gólgota a través de la tierra, marchitando la Vida hasta la extenuación.

Aquel procesiones de Dios en estas horas tristes de un sol ensombrecido, gélido, amortajado va calzando el umbral de su paso desde la certidumbre del calvario hasta el dulce rumor del ¿por qué buscáis de entre los muertos al que vive? de la Resurrección.

Eso lo saben bien mis hermanos mayores, adelantados, Rafael, en su huerto de estrellas; Manolo de la Corte, fruncido a la correa agustiniana de su Consolación y Eduardo García Fernández en ese Buen Viaje de su Jerusalén eterna.

De vosotros y a vosotros el gozo en la memoria de esta divina Pascua.

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