#525 de lucha

Si queremos celebrar los vínculos que nos unen, la fraternidad, de nada sirven las certezas heredadas

Son muchas las oportunidades que brindan las efemérides. La menos interesante consiste en replicar discursos vacíos de significado, que sirvan para justificar negocios o colonizar conciencias. Ya sucedió cuando los fastos del V Centenario, hace 25 años: tras las palabras grandilocuentes de "diversidad de culturas", "tolerancia" o "solidaridad internacional", pronunciadas por el Rey en la inauguración de la Expo, no hubo ni un resquicio para la América real. Ni un pabellón para las culturas indígenas, ni un espacio para interpretaciones más críticas sobre el Descubrimiento, ni por supuesto un solo gesto con los millones de empobrecidos que las políticas de ajuste del FMI provocaban entonces en el continente. Se engrandeció lo que interesaba y se ignoró lo que escocía. Y se llenaron muchos bolsillos con esa parafernalia, igual que en el siglo XV las proclamas evangelizadoras se utilizaron para encubrir un gigantesco expolio.

Vaya por delante que este artículo, y los que lo seguirán, no pretenden remover ingenuamente leyendas negras ya superadas. Sin dejar de lamentar las atrocidades perpetradas por los españoles, iríamos contra la historia si no asumimos la herencia que esa misma empresa conformó: una lengua llena de vitalidad, una cultura original y admirable, y una identidad que tiene en el mestizaje su principal baluarte. Pero no miremos sólo una cara de esa historia. En estos 25 años hemos conseguido pasar en los eslóganes de "Descubrimiento" a "Encuentro entre Dos Mundos". Sin embargo la leyenda "Huelva descubridora" espera aparatosamente a cuantos visitantes entran en la ciudad por carretera, entre ellos muchos americanos que se preguntan, entre molestos y perplejos, quién descubrió a quién. Y nuestros escolares asimilan una narración de los hechos en la que no se escucha ni una sola nota disonante. Como tantas veces, como casi siempre, lo significativo no son las palabras, sino la realidad que se transmite.

Decía Proust que la travesía real del descubrimiento no consiste en buscar paisajes nuevos -Colón hubiera dicho "un mundo nuevo"-, sino en poseer ojos nuevos. A este descubrimiento interior queremos invitar a los lectores de La otra orilla durante las próximas semanas. Si realmente queremos celebrar los vínculos que nos unen, la fraternidad, las causas que importan en la Matria Grande americana, de nada sirven las certezas heredadas. Que cada lector haga su propio descubrimiento. Ese es el que de verdad sirve.

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