La 92 edición de la Copa del Rey de Tenis en Huelva viene acompañada de una cierta dosis de morbo. Participa Maxime Hamou, al que le retiraron las credenciales hace unos días en el Roland Garros por "comportamiento censurable". La escenita que protagonizó ha circulado por todos los medios y, cuántas más veces se vea, más vergüenza ajena se siente.

Cuando la corresponsal de Eurosport se acercó a entrevistarle, fuera por la desmedida diferencia de talla entre uno y otro o por la conmoción de su derrota o bien por la fuerza imbatible del subconsciente del tenista, Hamou se empodera, la agarra por el cuello y, a la fuerza, le besa, muerde o soba el cuello mientras ella intenta hacer su trabajo. Consciente de su poder, la mantiene inmóvil a pesar de los esfuerzos de la periodista por zafarse del depredador.

Resulta indignante que te besen cuando no quieres, vejatorio que se eche mano a la fuerza física para conseguirlo, insultante que en esa pose, tan poco digna, te graben tus propios compañeros… pero lo que no tiene nombre son las risas. Esas risas de periodistas y aficionados por no quedar mal, por no saber qué hacer o, lo que es peor, porque realmente les hizo gracia la situación de dominio, actuaron como despreciable banda sonora. A los espectadores sólo les faltó aplaudir a Hamou la gracia. Y maldita la gracia que tiene el comprobar que permanecen los patrones estereotipados que reproducen la dominación y la desigualdad. Y esta broma tiene un nombre: se llama acoso, en el momento que hace lo que desea en contra de la voluntad de ella y aprovechando su debilidad frente a su poder. No, no nos engañemos, no ha desaparecido. El único cambio experimentado en el acoso es hacerse más sutil, más invisible.

Y ahora, si reflexionamos sobre las sutilezas que están alcanzando las formas de acoso, nos llamarán feministas. Pero no como constatación de que, evidentemente, somos muchos hombres y mujeres los que luchamos por la igualdad, sino como si fuéramos irracionales activistas.

Seguramente tienen razón los organizadores del Torneo y el comportamiento de Hamou será correcto. Pero, por mi parte, por ahora no le doy la bienvenida a mi ciudad, señor Hamou. Las disculpas que ha pedido no me valen. Ese: "Estoy a disposición de Maly para presentarle mis disculpas en persona si ella quiere", no es. No se trata de que ella quiera o no quiera. Lo que necesita es pedirnos disculpas a todos los que nos hemos sentido agredidos por su añejo y rancio comportamiento.

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