APaolo Grossi, el gran historiador del Derecho italiano, se le debe el hallazgo del término "absolutismo jurídico". Con él identifica un periodo histórico, a inicios del XIX y coincidente con la Codificación, en el que la ley se pretendió que fuese la señora absoluta del Derecho y de la Justicia. De ese absolutismo jurídico legal se desprendían dos consecuencias, fácilmente adivinables: la práctica eliminación de otras fuentes del Derecho que no fuesen la ley y la reducción del papel de los jueces respecto de ésta. Estos deberían limitarse a aplicarla automáticamente, a ser unos meros trasladadores a la realidad del Derecho encarnado en la ley. La deriva posterior de ésta demuestra, por mucho que su imperio trate de apuntalarse, que la misma se manifiesta eficaz en su aplicación, en la que el juez o es un mal necesario o es, en sentido positivo, quien la humaniza y la adapta a la realidad social.

Ante un espectáculo como el del magistrado Gómez Bermúdez y el libro hagiográfico que le ha dedicado su mujer, la periodista Elisa Beni, es inevitable alguna añoranza de ese periodo en que se pretendió una cierta reducción judicial. Porque estamos, termine decidiéndolo así o no el Consejo General del Poder Judicial, ante un hecho lamentable. Eso sí, sucedido en una época, y no ha de considerarse una excusa, en la que todo juega a favor de que acaezcan episodios de este tipo, por mucho que nos puedan parecer difícilmente creíbles -a pesar de lo menguada que está nuestra capacidad de asombro-.

Ciertamente, hay reconocer que vivimos en una época en la que el juez no lo tiene fácil para desenvolver su trabajo. En primer lugar, es evidente que los jueces han dejado de ser, hace ya tiempo, los sacerdotes de la ley. Como ha señalado Alejandro Nieto, se les ha despojado "de su toga y debajo de ella han aparecido hombres de carne y hueso que no son siempre modelos sociales y que resultan vulnerables a todo tipo de presiones políticas, económicas y corporativas". En segundo lugar, tenemos unos medios de comunicación aplicados a convertir la realidad en reality, empeño en el que muchos actúan, actuamos -incluso los meros espectadores- como cooperadores necesarios. El pudor no está precisamente de moda y airearse públicamente, incluso en lo más íntimo, puede ser un verdadero negocio.

Así las cosas, no es extraño que se dé una mayor proyección mediática de los jueces españoles, de su trabajo y de su persona, proyección que tiene incluso distintas variantes. Están los casos puntuales y llamativos que aparecen de vez en cuando en los medios de comunicación, en los que suele haber casi siempre una lectura defectuosa de las resoluciones judiciales basada en un desconocimiento evitable con la mínima prudencia, hoy tan poco abundante, de hablar o escribir sólo de lo que se sabe. Pero están también los otros casos, los de quienes desgraciadamente parecen haber sucumbido a un irrefrenable deseo de proyección pública. Se trata de la variante más lamentable e inquietante: la que personifica el llamado "juez estrella". Estos jueces, pocos pero ruidosos, a los que es evidente que no les basta con cumplir con su trabajo del mejor modo posible, parecen empeñados en una carrera por "ser algo". Un "juez estrella" que no es una mera construcción teórica, sino que cuenta con varios exponentes bastante contumaces. Sin duda, el modelo de referencia nacional es Garzón, alguien que ha demostrado con su trayectoria personal la poca distancia que puede haber entre lo épico y lo ridículo. Un Garzón convertido en protagonista permanente de un impresentable viaje de ida y vuelta hacia y desde la política, impresentable tanto en el recorrido de ida como en el de vuelta, y del que quizá lo peor es que aún no sabemos cuándo empezó y cuándo dejó de hacer política y cuándo de ocuparse del mero ejercicio de sus funciones jurisdiccionales. No debe descartarse, pues, que Gómez Bermúdez haya querido disputarle una parcelita de ese lugar en el que tan a gusto parece encontrarse.

Carácter y Destino es el título del discurso que Rafael Sánchez Ferlosio pronunció en la entrega del premio Cervantes 2004. Un estupendo texto, construido a partir de una reflexión de Walter Benjamin, en el que analiza la diferencia entre "personajes de carácter" y "personajes de destino". En él explica Sánchez Ferlosio cómo los primeros estarían condenados, por la permanencia de su carácter, a no tener destino. Me niego a pensar en Gómez Bermúdez como un personaje de carácter, por mucho que así se empeñe en presentarlo su mujer. Más bien es una persona con un destino ya claro: de aspirante a "juez estrella" a juez estrellado.

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