NO citaré su nombre porque me consta que su nulo afán de protagonismo y honestidad le llevarían a reprocharme el hacerle protagonista de este artículo, pero quiero dejar constancia de su nobleza, de la que fui testigo hace años. Se trata de un colega periodista, taurino para más señas, que por Navidad se negaba a aceptar como presente los jamones de primerísima calidad enviados por los apoderados de varios toreros. Dado que la contumacia es labor en la que se emplean a fondo los aduladores (a la espera de que una faena mediocre sea recompensada con una buena crítica), doy fe de que la escena se repetía una y otra vez: tal y como iban llegando los jamones, éstos eran devueltos de inmediato a sus remitentes de la misma forma en que habían sido recibidos en la redacción del periódico.

Me viene a la memoria este gesto tras reencontrarme con este amigo en estas Colombinas coincidiendo con la absolución del presidente valenciano, Francisco Camps, y de varios cargos públicos del PP en dicha comunidad tras quedar constancia -a juicio de la Fiscalía- de que recibieron numerosos regalos por parte de los integrantes de una red corrupta, la del caso Gürtel, cuya investigación prosigue en el Tribunal Supremo. La sentencia ha sido firmada por un juez calificado en su día por Camps como "más que un amigo", juzguen ustedes, pero lo que me sigue llamando la atención es la rapiña de unos personajes que no se conforman con el honor de estar al frente de una institución pública y que aceptan de algunos personajes, para sí y sus conyuges, trajes, bolsos y demás presentes. Y que se ufanan de ello sonrientes sin signo de arrepentimiento alguno, salvo del error de haberse dejado pillar.

A la vista de los hechos dice el PSOE que se hace necesaria una reforma legislativa del "cohecho impropio" y de la prevaricación, pero hace veinte años ya se habló de ello a la estela de un personaje llamado Juan Guerra. Nada se hizo entonces al respecto. A este olvidado pícaro hay que agradecerle el descubrimiento de las cuentas de dinero b, ocultas plácidamente al fisco en los bancos -aunque ningún banquero fue procesado, claro está- y reconocerle que sus apaños quedaron luego en pañales a la vista de los casos Filesa, Naseiro, Mariano Rubio y demás.

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