#525 intervencionismo

525 años después aún no hemos aprendido a dejar de meter las manazas en los asuntos ajenos

Intervencionismo sería una palabra que definiría sin mucho margen de error estos 525 años que celebramos, estos 525 años de relación con América del Sur. Desde que Colón amarró sus barcos en aquellas costas hemos tenido esa inclinación a administrar a nuestro antojo, a disponer de los bienes, los recursos, incluso los habitantes de aquellos países, y casi siempre priorizando nuestros intereses. Pero aunque obviáramos esta fase de colonización y expropiación, después del proceso de emancipación de los países de América del Sur, después de que dejásemos Cuba, nuestra última colonia, aun después de todo eso, ya cerca del siglo XX, ese intervencionismo se ha mantenido hasta nuestros días, como una costumbre mal curada de la que cuesta desprenderse.

De alguna sutil manera seguimos pensando en América como en el patio trasero de casa, un espacio sobre el que creemos tener derechos adquiridos, e incluso les pedimos que agradezcan nuestro paternalismo, que se sientan deudores de todo lo mucho y bueno que hemos hecho por ellos. Ya no tenemos allí autoridades coloniales, no administramos políticamente nada. Pero hemos mudado aquella forma de intervencionismo por otra más civilizada, más moderna: la económica. Y en el imaginario colectivo nuestras empresas somos nosotros (aunque las empresas no sean de nadie más que de sus accionistas). Podría usar a Venezuela de ejemplo, pero hay demasiado ruido para que podamos distinguir los intereses económicos. Pero hay otro ejemplo más clarificador: Repsol. Todos recordamos aquel episodio de nacionalización de YPF, por entonces filial de Repsol, y cómo toda la diplomacia española cerró filas y demonizó al Gobierno argentino. Era una especie de ultraje a nuestra patria, a cada uno de nosotros, aunque después Repsol retomó relaciones comerciales sin pestañear, mientras que la diplomacia tuvo que pestañear algo más hasta conseguir hacer borrón y cuenta nueva.

La presencia de las grandes empresas españolas en América del Sur es mucha y está creciendo. Y mantener esa presencia económica exige un panorama político favorable, amigable. Así que esas empresas ponen a sus medios de comunicación a facilitar ese panorama político, desoyendo en muchas ocasiones lo que los ciudadanos de aquellos países van decidiendo democráticamente respecto a su propio futuro. Es decir: 525 años después aún no hemos aprendido a dejar de meter las manazas en los asuntos ajenos.

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