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Rafael Padilla

Una historia de amor

SI usted no es creyente, querido lector, quizás entienda que en el día de hoy celebramos un domingo cualquiera. Si acaso, un domingo que inaugura las fiestas, que abre una semana menos amarga, aliviada de la monotonía gris que nos va robando la vida. Puede, incluso, que sienta la impaciencia de saber inminente la conmoción estética que nos espera. En pocas horas, esta bendita tierra se convertirá en el escenario de un espectáculo inigualable. Luces y sombras, músicas y silencios, la desmesura de los olores, la armonía de unas imágenes que caminan por nuestras calles regalándonos, en cada esquina, en cada corazón, el instante irrepetible de su belleza perfecta.

Pero, si conserva un rescoldo de fe, si mantiene intacto ese hilo aniñado e ilógico, orgullosamente irracional, que nos une a la profundidad insondable de los misterios, para usted, como para mí, hoy es, además, Domingo de Ramos, el inicio de la Pascua revivida, de ese tiempo en el que de nuevo sentiremos la eterna alegría del tránsito de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.

En uno de los comentarios más penetrantes a la Semana Santa que se han escrito, la monja benedictina alemana Aemiliana Lóhr, usa el hermosísimo ejemplo de un navío entrando en puerto después de un largo viaje. La Cuaresma ha sido el azaroso viaje que está a punto de terminar. Ha llegado, al fin, el momento de descansar en la pasión de Cristo, de encontrar en su historia, que es sobre todo una historia de amor, el consuelo de la paz posible, el abrigo, entregado a todos, de su victoria rememorada.

Es ciertamente el pensamiento del amor el que está en el origen de cuanto conmemoramos en esta semana. Toda la Pasión fue motivada por amor. Una vez más es Juan quien lo afirma: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Y los hechos que iremos contemplando -Dios quiera que coprotagonizando- en esta horas cruciales, la respuesta a nuestros anhelos, el camino que nos descubrirá la salida del laberinto, el bálsamo que sanará tanta soledad, tanta incertidumbre y tanto desamparo.

Tenemos que recobrar, porque constituye la esencia de nuestra fe, la idea del amor como noción transformadora de la realidad. Un concepto revolucionario, incomprensible y absurdo para cuantos sólo aprecian en él debilidad, ignorancia o claudicación. El Cristo que entra en Jerusalén, que ya conoce y acepta el sacrificio que le aguarda, resistirá y triunfará por la fuerza invencible de su amor infinito.

Ése que, una vez más, ahora se nos solicita y que ojalá, ante la contemplación del Jesús salvo y salvador, tengamos la valentía de seguir ofreciendo.

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