El gesto

No digo lo que me da la gana ni como me apetece. Me contengo. Guardo las formas

E style="text-transform:uppercase">mpecé el año con un artículo campanudo, exuberante y henchido de amor patrio. Es lo que me apeteció para encarar los doces meses que, Dios mediante, tenemos por delante. Pero, claro, había apretado mucho el acelerador y creo que hoy debo levantar el pie y tratar de algo más insignificante, más liviano. Relajar las meninges y estirar las comisuras de los labios en una sonrisa bienintencionada. Fue un gesto, una imagen, que ya ha dado la vuelta a España siete veces. Nos situamos en el pasado día seis, festividad institucional de la Pascua Militar, día grande del año político. Palacio Real engalanado por todo lo alto, los ministros con frac, las ministras encopetadas al máximo y los militares con uniformes de gala todos. Presiden los Reyes. En esta ceremonia, los monarcas saludan a todos los asistentes, pero tienen un especial gesto de deferencia protocolaria con el presidente del Gobierno y con la ministra de Defensa. Todos los asistentes se apartan, dejan solos a los cuatro contertulios mientras cientos de miradas siguen de reojo la reunión. Cámaras de fotos y de televisión, ni les digo. En medio de esta miles de miradas en directo y de millones por televisión va la reina y saca el espejo del bolso y se retoca el maquillaje. El Rey, el presidente y la ministra no se dan por aludidos. La mirada del soberano se cruza un par de segundos con la del presidente como diciéndole yo no he sido, yo no lo sabía, míreme a mí y no a ella. Sólo le faltó encogerse de hombros y decir a mí que me registren.

La anécdota tampoco da más que para un artículo leve y vaporoso, como este de hoy. Pero debe entender la reina que ocupa un cargo que por encima de toda consideración debe ser ejemplar. Y todo lo que haga o diga debe ser eso, ejemplar. Y este gesto fue como decirle al presidente y a la ministra me importa un bledo de lo que estáis hablando con mi marido; ahora mismo lo que más me ocupa y preocupa es el maquillaje. No pasa nada. Sólo que debe corregir y no volver a las andadas con estos gestos de cutre normalidad. ¿Se imagina la soberana que un invitado a una recepción en la Zarzuela con los reyes se hurga la nariz mientras habla con ellos? Tendría pena de telediario durante una semana. Usted, majestad, no es una señora normal, por muy temprano que amanezca. Sabemos que le cuesta digerir esto. Pero a mí también me cuesta ser comedido y educado cada martes en esta columna, y mucho, créame. No digo lo que me da la gana ni como me apetece. Me contengo. Guardo las formas. Feliz año, majestad.

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