EL Recreativo antes lloraba de sus errores y ahora sale hasta la estrategia para disfrutar de sus aciertos puntuales bajo los mismos signos de sufrimiento. Todavía colea la autoexpulsión de un veterano en estas lides como Beto, ni siquiera le exime el gol como antepuso su técnico. La lección de pundonor y de fe demostradas en inferioridad frente al Dépor también ratifica la fuerza de la confianza. Ya se sabe, todo está en la cabeza dicen los psicólogos. Un lavado de cerebro y la respuesta de la mente transforma en réplicas otras acciones y efectos del cuerpo aplicando la pócima de Zambrano.

Lo cierto es que el equipo ha mantenido cuanto menos la entereza, incluso en la peor etapa de Víctor Muñoz nunca bajó los brazos, ni tampoco la honra (sucedió frente al Sevilla con nueve jugadores) pero la admisión en dosis de los nuevos fundamentos tácticos proporciona otra estética, que oscila entre la imagen de frescura salpicada de genio, orgullo y casta, hasta la satisfacción de palpar que los conceptos trastocados han venido acompañados de la mejor medicina posible. Y es que siempre se ha dicho que el mejor médico es el propio paciente.

El cambio del titular en el banquillo ha sido como un llamamiento al sentimiento recreativista, en la práctica se asemeja al impulso de patriotismo onubense. Lo curioso es que el cese de Muñoz y la presencia de Zambrano no convoca a más espectadores en el Nuevo Colombino, sólo que los asiduos (llueva, ventee o haga frío) se apasionan más y parecen superiores defensores de la causa, quizá debido a que observan en el novel técnico su idiosincrasia que involucra pasado y presente del Decano.

El Recreativo asume un principio generador que atrae un espíritu indomable, que le dota de ánimo y valor al mismo tiempo, y que al final le espolea frente a la adversidad fomentando la esperanza, que se transmite desde el campo a la grada. Y es que surge un reclamo reivindicativo.