La Verdad es Plural

Marisa Fernández Serrat /

El final como principio

LOS escritores conocen bien que para que sus historias sean comprendidas deben tener una introducción, un desarrollo y una conclusión. Generalmente es la secuencia que seguimos los docentes con objeto de mostrar la coherencia entre los hechos y a fin de demostrar la relación causa-efecto. Se trata de la manera lógica de hilvanar una narración, ya sea hablada o escrita y, en general, son las partes que se suelen apreciar en cualquier acontecimiento por cotidiano que sea. Cualquiera de ellos se inicia con un hecho, contextualizado para poder entender la evolución que sigue, y termina con un final o conclusión, que evidencia el desarrollo de lo ocurrido. Los desenlaces se intuyen siempre que sea entendido el cómo y el por qué empezaron. En literatura siempre ha sido así a pesar de que ciertas corrientes vanguardistas, en la búsqueda de lo genuino y distinto, alteren el discurrir lógico y modifiquen el orden de estas etapas. Lo que asombra es que la vida diaria funcione de otra manera y se vaya utilizando cada vez más el quedarse con las conclusiones sin considerar lo que ha pasado antes, sin ni siquiera buscar una justificación para las mismas. Se valoran sucesos o personas sin disponer de justificaciones previas, sin estimar la relación existente entre el antes y el después que permita comprender determinados gestos o actitudes. Vemos, cada día, cómo se desafía a la coherencia, dándole protagonismos a los finales (que se presumen) de la historia, desatendiendo a los principios o ignorando su desarrollo.

Pongo como ejemplo a los resultados de las encuestas que periódicamente se publican acerca de la valoración que se hace de los políticos. Ya sabrán que Javier Arenas se está convirtiendo en una socorrida (y puede que desesperada) solución para un numeroso grupo de andaluces. A pesar de que no consigue el aprobado, en la encuesta del diario ABC, que realiza IMC, aparece como el político más valorado, con un 4.6 y en la de Sigma Dos para El Mundo con un 4.9. Es evidente que el proceso vivido políticamente por Arenas en la historia democrática andaluza, en este momento, ocupa un papel secundario. Se olvida el número de fracasos que lleva en su haber como candidato a la presidencia de la Junta y las anteriores valoraciones, siendo el mismo y diciendo lo mismo. Seguramente, esta última evaluación busca eso, ignorar los procesos y aferrarse a un final, que pueda ser un principio nuevo para Andalucía. Parece que vale con el desenlace, aunque no venga legitimado por sus inicios ni sea un final lógico ante el proceso previo. Y está claro que Arenas está asumiendo el papel que le están dando las encuestas, el del pharmakon, que diría Aristóteles, ese héroe de la tragedia griega que se convierte en un remedio para vencer a un mal.

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