He urdido conjuras y asechanzas peligrosas, con mentiras protegidas por argumentos de peso o absurdos presagios, libelos y sueños, para crear un odio mortal entre mi hermano Clarence y el monarca". Así se expresaba Ricardo III, feo, narigudo y deforme, en la obra teatral de William Shakespeare que recreaba magistralmente en el cine en su película (1955) el gran Laurence Olivier, mirando directamente a la cámara. Aquel rey que gritaba derrotado al final de la batalla en los Campos de Bosworth, en Leicester: "My kingdom for a horse!" ("¡Mi reino por un caballo!").

Creo oportuna la cita en un momento en que, como he recordado en diversas ocasiones en estas columnas, el ejercicio político de España tanto se parece al tinglado de la antigua farsa, si recordamos el texto del prólogo de Los intereses creados (1907), de Jacinto Benavente. Una teatralidad sobredimensionada que, supongo, los ciudadanos inteligentes y sensatos sancionarán en las urnas en unas previsibles elecciones.

Nunca se pareció tanto a la farsa como en estos aciagos días que estamos viviendo en los que la tragedia, que dura ya más de cien días, a veces se confunde con el disparate, el esperpento valleinclanesco tan habitual entre nosotros o el procaz vaudeville. Y todo ello, en manos de intérprete mediocres, de cómicos de bajo nivel, de actores de segunda fila encaramados al escenario público, de políticos recién llegados que, ante el fulgor de los focos, adoptan posturas -ahora se utiliza ese vocablo horrible llamado postureo- de engolados estadistas. Otra simulación absolutamente insoportable.

En este cúmulo de hipocresía y falsedad que tantas veces muestra nuestro ruedo político abundan aberraciones tan intolerables como la de una de esas políticas de aluvión que ha pretendido igualar a Miguel Hernández -el pobre Miguel Hernández que desgraciadamente fue detenido cerca de estos lares nuestros cuando escapaba de la represión- con un agresor activista sindical condenado por la Audiencia Provincial de Jaén. Unos y otros se aprovechan de ese exhibicionismo mediático que favorece las tendencias histriónicas y las actitudes teatrales y oportunistas.

Y en ese punto no pudo estar más oportuno hace unos días el alcalde de Huelva, Gabriel Cruz, cuando ante la descabellada propuesta de declarar persona non grata al presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, con la respuesta negativa de la mayoría, le dijo al ponente, según transcribía nuestro periódico: "Usted lo que quiere es salir en los telediarios. Pues mire, yo a cualquier precio, al precio de la socarronería y la chirigota, de la falta de respeto a las posiciones de este equipo, de verdad que no". Y es que en democracia la reprobación por la gestión de un mandatario si la merece, se expresa en las urnas.

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