Nada que esperar

Los medicamentos más vendidos en nuestra patria son los antidepresivos y los ansiolíticos

La edad, por lo general, te hace más clarividente. Es lo habitual, aunque hay quien no tiene remedio y es electroencefalograma plano desde que nace hasta que se marcha al más allá. Otra verdad del paso del tiempo es que constatas que pocos son los que saben de lo que hablan en medio de este coro de grillos que cantan a la luna que es hoy nuestra sociedad. Apenas hace tres días me encuentro con una de esas personas que saben de lo que hablan, todo un hallazgo. Culto, formado, equilibrado, inteligente y ojos de halcón para diseccionar la vida actual. Hablamos y hablamos y de pronto, como un fogonazo en la niebla, como un puñetazo en la frente me dice: "Rafael, estamos y vivimos en la cultura de la desesperanza". Siguió pero no hizo falta. Conociéndole sabía por dónde iba. Claro sí, J. J. Sabes que coincidimos en la fantochería, los fuegos de artificio y la nada con sifón en la que nadamos todos los días en una sociedad que finge alegría, derroches mil y un bienestar de tres al cuarto. Una sociedad que se cree libre, cabalgando a lomos de un tigre llamado progreso e inmune a todo lo que huela a dolor y tristeza. Pero es mentira. Rotundamente mentira. Hay un dato revelador, definitivo. En España los medicamentos más consumidos hoy no son un antibiótico de amplio espectro usado hasta para sonarse los mocos ni un antiinflamatorio recetado hasta para quitarse el picorcillo de un grano en la nariz. Los medicamentos más vendidos en las farmacias patrias son los antidepresivos y los ansiolíticos, por ese orden. "Rafael, le están recetando ansiolíticos a niños", me añadía mi interlocutor.

Para él y para mí lo que ha ocurrido es que nuestra sociedad se ha convertido en una colectividad sin esperanza. Hasta ahora siempre se esperaba algo sólido: encontrar una persona con la que construir una familia, levantar un patrimonio, transmitir unos valores y tener una vejez en paz con Dios y con los hombres. Hace unos días me decía un amigo gravemente enfermo, que está siendo auxiliado por los médicos del cuerpo y del alma: "Por primera vez en mi vida estoy en paz con todo el mundo, de aquí abajo y de allá arriba". La vida de este hombre en su etapa postrera tiene esperanza, porque tiene sentido, y por eso no toma antidepresivos. Pero hoy millones de españoles desangran su esperanza en el egoísmo, en el dinero, en el poder, en el sexo, en viajes al fin de la noche, en la ausencia de sentido final para sus vidas. "Vivamos y comamos que mañana moriremos", dijo el griego Epicuro, trescientos años de Cristo. Allí seguimos, no hemos avanzado ni un metro.

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