La otra orilla

víctor rodríguez

#525 empobrecidos

En la América de hoy contar con recursos económicos no garantiza a sus habitantes el acceso a los bienes básicos

Apoco que el querido lector se percate, a lo largo de este mes, los de La otra orilla estamos revisando el significado de eso que han denominado 525: El Encuentro entre Dos Mundos. Que conste que soy de los piensan que el revisionismo y la presión de lo políticamente correcto son dos losas que están haciendo mucho daño en las espaldas de alguien, como un servidor, que prefiere centrarse en el aquí y ahora de la realidad social, tomando el pasado sólo como una referencia y no como algo de lo que pretender cambiar con las palabras, dado que el pasado, por definición, y en espera de la confirmación de la máquina del tiempo, no se puede alterar. Y todas las civilizaciones se han ido abriendo paso, no con lirios y rosas, sino a golpe de espada y sometimiento, y aquí, en Huelva, desde los fenicios y romanos que ya explotaban nuestras minas, pasando por los ingleses y las multinacionales actuales, sabemos lo que supone expoliar y dejar muy poco beneficio.

Y eso es precisamente lo que me importa del hoy de la América que habla nuestra lengua y tiene nuestros apellidos, donde contar con recursos económicos no garantiza a sus habitantes el acceso a los bienes básicos para llevar una vida digna. Y lo mejor es ponerle cara, en este caso, nombre, uno concreto, que podría ser el de tantos. Recuerdo que conocí a una chica en Nicaragua, llamada Maritza, que trabajaba en una maquila, que es una especie de Zona Franca ajena a cualquier tipo de regulación laboral y legal. Allí se había establecido una empresa china, sí, a China le salía más barato producir en Nicaragua que en Asia. El día que me la encontré acababa de salir de trabajar, había cosido diez mil pantalones en un turno de catorce horas y había ganado tres dólares (poco más de dos euros y medio al cambio), mientras cada pantalón de marca se vendería después por muchísimo más. Durante su jornada laboral apenas podía levantarse para ir al aseo, día que estaba enferma, día que no cobraba, día que llegaba tarde, día que no cobraba, si esto se repetía: despido fulminante. Ella estaba contenta por tener trabajo y agradecida al taller comunal de su barrio que le enseñó el oficio.

Hoy, que es domingo de agosto, no quería agobiar al querido lector con grandes indicadores y análisis macroeconómicos, tan sólo poner en la piel de Maritza a todos los empobrecidos de América, sobre todo a las mujeres, que hoy tenemos presentes.

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