Tribuna

Manuel Gómez Marín

Y sin embargo todavía sigue vivo... el Decano

QUÉ tristeza! ¡Qué pena! Sólo pedimos los onubenses, los recreativistas de corazón, las personas con una pizca de sentido común y cordura, frenar la autodestrucción del Decano. En el vivir y el sinvivir de la partida de nacimiento del fútbol español siempre aparecieron gestos para cimentar gestas en los momentos más inverosímiles y complicados de su vasta historia. La buena voluntad, la armonía y el consenso facilitaron sacar adelante una encrucijada. El presente del Recreativo evidencia un cisma interno y su vida es un ring donde el presidente ha entrado en el cuerpo a cuerpo con sus trabajadores, en el tema de las reclamaciones, con mensajes directos a la yugular y la invitación de auto despido para que salgan todos los que están desengañados y tampoco cobran inmersos en una pesadilla, es decir, un nuevo artículo añadido a la reforma laboral.

¡No doy crédito! Si en el seno del Recreativo se intuía un volcán en estado de ebullición, de pronto entra en erupción y ¡sálvese quien pueda! Y esto no es así. Si antes había un conflicto laboral, ahora existe un divorcio total sin pensar en las consecuencias inminentes de un club en descrédito. Y se juega con la palabra dignidad alegremente, que es nada más y nada menos que la excelencia y el decoro de comportamiento ¿quién tira la primera piedra? La ruina económica destruye la convivencia y ciega cualquier atisbo de soluciones. El valor de la humildad debería prevalecer en un club de tanta esencia y a la vez tan grande como el Real Club Recreativo de Huelva.

De julio a diciembre se ha pasado de ilusionar con declaraciones de Comas de fichaje estrella de Oltra y mejor plantilla que la pasada temporada, también a seis meses para el perjuicio de activar disposiciones que revelan coexistencias de tendencias contradictorias, y finalmente para romper la buena correspondencia en el cumpleaños más infeliz del Decano perdidos en la confusión bajo demasiada presión. Y como sigamos así, de nada serviría ya que quienes hunden la estructura admitieran sus errores. Sin talante conciliador la tragedia está servida.

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