LA campaña para las elecciones al Parlamento europeo ya ha dado comienzo de hecho, cuando falta todavía más de un mes para su celebración. Los partidos políticos lo han querido así, fieles al hábito inveterado de adelantar las campañas hasta el punto de convertir la vida política en una permanente campaña electoral. Con un agravante: todo está en función de la lucha por el poder a nivel nacional. Ya se celebren elecciones para comunidades autónomas o para ayuntamientos, los líderes políticos que se disputan el Gobierno acaparan el máximo protagonismo y relegan a los auténticos candidatos a casi el papel de comparsas. Es lo que ha empezado a suceder ya en torno al 7 de junio: Zapatero y Rajoy se disponen a entablar una gran batalla por la hegemonía, concediendo a las europeas el marchamo de auténticas elecciones primarias, con lecturas ya preparadas sobre lo que pueda suceder en las urnas. La verdad es que no se toman en serio a Europa. El Parlamento europeo va a tener una gran importancia en la nueva arquitectura institucional de la Unión Europea (elegirá al presidente de la UE en el caso de que Irlanda ratifique el Tratado de Lisboa, por ejemplo), pero en España lo que se discutirá es si es el PSOE o es el PP el que atesora las recetas para sacar a España de la vertiginosa caída del empleo y de la recesión. Otra prueba de su pasividad y desinterés ante la problemática europea es la forma en que se elaboran las listas a la Eurocámara. En general, se decide en clave interna de cada partido, castigando a los díscolos , a los que se expulsa cuidadosamente de la política nacional, proporcionando un retiro dorado a aquellos militantes que han prestado servicios partidistas en el pasado o consolando a quienes han perdido otras elecciones más "españolas". Muchos nos tememos que en estos días de precampaña intensa y en la campaña oficial posterior vamos a enterarnos bien poco de los proyectos que los grandes partidos de España tienen para la construcción de Europa, es decir, para el mejor instrumento imaginable a fin de afrontar la crisis presente y nuestro lugar en el mundo. El 7-J puede ser otra gran oportunidad perdida. La clave nacional es indispensable, pero sólo en una dosis moderada.

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