En este tiempo de memorias impuestas, convendría no desdeñar la función imprescindible del olvido. El descubrimiento relativamente reciente de una rara patología, la hipermnesia o Memoria Autobiográfica Altamente Superior (HSAM), consistente en el extraño privilegio que poseen ciertas personas de recordar con pasmosa exactitud, por insignificantes que sean, todos los acontecimientos de su vida, nos obliga a replantearnos dónde se encuentra la sana proporción entre lo que nuestra mente debe guardar y aquello otro que ha de sumergir en la desmemoria. En realidad, de nuevo aquí la ciencia cabalga detrás de la ficción: en su celebre cuento Funes el memorioso, el maestro Borges proponía tan inquietante hipótesis. Ahora la imaginación se ha hecho carne y alrededor de sesenta afectados experimentan el dudoso poder del presente continuo.

James McGaugh, el neurobiólogo a quien debemos la descripción del síndrome, constata que la mayoría de sus pacientes se sienten encantados. Para ellos, se trata de una herramienta excepcional que les reporta claras ventajas. No faltan, sin embargo, quienes lo sufren como un infierno que les coloca en la antesala misma de la locura.

A mí, como a Borges, me parece una maldición: su Ireneo, más que capaz de recordar, es incapaz de olvidar, esto es, de pensar, de transformar sus vivencias en pensamientos ("pensar, escribía, es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer"). Ireneo Funes no podía pasar por alto lo irrelevante, ni establecer asociaciones, ni extraer ideas generales de las cosas sucedidas. En su melodía existencial, cada nota permanecía eternamente vibrante. No me gustaría gozar de ese presunto beneficio: hay recodos de mi periplo provechosamente olvidados, horas tristes, vergonzosas o funestas cuyo insoportable peso hoy afortunadamente ignoro.

Ahí, quizá, esté el secreto: recordar y olvidar mal son infortunios gemelos. La defensa de la cordura exige gestionar con destreza los archivos del alma, decidir con talento qué guardar y qué aventar.

Es conclusión, además, también válida para las conciencias colectivas: encasquillarse tercamente en las miserias del pasado es tan pernicioso y mortal como desoír sus enseñanzas. Al futuro se llega por la senda del cabal equilibrio entre ambos despeñaderos.

No diré, como Nietzsche, que el paraíso le pertenece a quien olvida. Pero sí que constituye un don bendito, inestimable, que acerca al edén mucho más que aleja.

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