Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

El diputado tonto

Hay que preguntarse si su señoría era tonto antes de ser diputado o contrajo la tontuna junto con el acta

La pregunta es la siguiente: ¿El diputado es tonto? Interrogante que empuja a una indagación puede que más compleja: ¿el diputado ya era tonto antes de ser diputado o contrajo la tontuna en el momento en que adquirió su acta de diputado? Tonto no es un insulto, es una definición. No parece que haya que ser necesariamente tontucio para tener un escaño en un Parlamento. A no pocos ciudadanos les puede parecer que sí; es más, muchos están convencidos de que es así, que los hemiciclos están ocupados por panarras. Sin embargo otros piensan justamente todo lo contrario: que muchos de los que calientan un sillón representándolos en una cámara legislativa son unos listillos que, precisamente, creen que los tontos son los ciudadanos. Surge otra cuestión y la investigación se bifurca: el diputado es tonto o el tonto consiguió, incluso con la bujía ya fundida, llegar a diputado. Si las pesquisas acaban en lo segundo, siento decirlo: lo han aupado hasta ese puesto votantes tontos. O tontos que votan. Van todos en fila boba y le dan el voto al tonto con el dorsal número 1 y ya está el diputado tonto sentado en su escaño presto con su carpeta o su cartera repleta de tonterías. Para esto no hay límites. Las cosas serias caben en la hoja de una agenda de bolsillo. De tonterías se pueden llenar los contenedores del puerto de Algeciras y sigue sin ser bastante. Con esto de tontos votando al Gran Tonto el debate se enrevesa y se agría al emerger esa recurrente acusación de que se le está faltando el respeto a los electores... tontos. (Hay que recalcarlo: no es un insulto cuando se es tonto por definición.) O quizá su señoría el tonto está colocado ahí adrede, con todas las de Caín. Tal vez la idea sea ésa en el partido al que se apuntó el tonto o que lo reclutó: pongamos al cenutrio en el Parlamento, que él se encargue de las chuminadas, que distraiga, tanto si crispa como si descojona, que haga el ridículo propio y provoque el ajeno, nosotros mientras a lo nuestro, moviendo los hilos que interesan, los que de verdad importan, es una marioneta mecánica que se mueve sola, y si encima nos la subvencionan, negocio redondo con el diputado tonto.

[Este artículo no podría haber sido escrito sin la inestimable contribución del diputado de ERC señor don Juan Gabriel Rufián Romero. Su señoría constituye una fuente inagotable de inspiración. Agradecido.]

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