Llegando el final del año y, como suele suceder en años anteriores, el tema más debatido en todas las administraciones es el de los presupuestos para 2018. Esta semana se ha dado a conocer que serán casi 19.000 millones de euros los destinados para combatir la violencia de género en nuestra comunidad. Esta asignación ha conseguido el merecido aplauso no sólo de las más de 200 asociaciones de mujeres existentes en Andalucía sino de la sociedad en general. No obstante, suscita, inevitablemente, alguna que otra reflexión.

No se trata de recurrir a otros números (los parados en Andalucía, las familias necesitadas de viviendas, el índice de pobreza…) que, aunque parezcan impersonales, también retratan una funesta situación. Sería injusto colocar en un mismo nivel a situaciones tan dispares. Pero urge considerar que el presupuesto asignado a la violencia de género en 2017 aumentó un 4,7% al de 2016 y las víctimas han aumentado. Debe pensarse qué se está haciendo mal para que este año descubramos que la actitud de los adolescentes ha engordado en machismo, que uno de cada cuatro jóvenes considere normal que se dé violencia en las relaciones de pareja, por los celos y demás. Estos datos, y sobre todo, el sentido común, avisan que el dinero, por sí solo, no puede terminar con la violencia de género.

Por supuesto que acabar con la violencia machista necesita de dinero, y mucho, porque es necesario y urgente proteger a la mujer y a los hijos. Es incuestionable que para ofrecerles el apoyo psicológico que ambos precisan, el acompañamiento que les ayude y proteja, el mantenimiento de las casas de acogida, las pensiones a los huérfanos o los protocolos en atención primaria se debe disponer de un presupuesto potente. Pero es igualmente evidente que estas medidas se utilizan como remedio, cuando ya se ha producido el acto violento, que lo que realmente se necesita y urge son las que impidan que dicha acto llegue a producirse.

Ha de apostarse, de una vez por todas, por la educación de hombres y de mujeres. Creer en las medidas de prevención. Y no, no es suficiente con organizar cursos formativos para el profesorado en coeducación, que existen y son buenos. Hay que educar en valores y en actitudes en lo cotidiano, en el día a día, en la casa, dejando de reír las gracias de los y las machistas, ninguneando al adolescente que presume de conquista o de los celos de su pareja. No debería ser tan difícil. Se llama respeto a los derechos humanos.

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