¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los dialogantes

Primero violan la legalidad y desprecian a su Parlamento; después piden un diálogo de tú a tú con el Estado de Derecho

Diálogo, como dirían los gringos, es una palabra sexy. Queda bien en este mundo que, más que líquido, como pronosticó Zygmunt Bauman, es de blandiblú: viscoso e infantil. Como era de esperar, el otoño se ha llenado de personas y entidades que abogan por la mediación y el diálogo en el "conflicto catalán". Son gentes de bien -curas, sindicatos, presidentes de la Generalidad, colegios profesionales, poetas, cómicos, políticos neoleninistas, nacionalistas vascos- y suelen hacer sus propuestas poniendo un gesto de dolorosa lucidez, como si llevasen sobre sus hombros todos los pecados de la humanidad: "Dialoguen ustedes, no sean becerros, fíjense en nosotros, que somos espejos de moderación y racionalidad", parecen decir mientras se agrupan debajo del árbol a la espera de que caiga alguna nuez con la que distraer el hambre y las horas. Ya conocemos esta música. Lo mismo pedían algunos cuando ETA ponía todos los días un muerto en el telediario.

La técnica que están usando los independentistas catalanes es muy fácil de detectar, entre otras cosas porque no han aplicado en ningún momento el arte del disimulo. Primero generan el problema, se salen de la ley, pisotean los derechos de los ciudadanos, mancillan el Parlamento catalán, escupen en la Constitución y el Estatuto para generar una pseudolegalidad propia, rompen la soberanía, insultan a los que no son nacionalistas, acosan a los niños en las escuelas, manipulan a las masas y montan la bronca con el fin de provocar imágenes intolerables para las hipersensibles opiniones públicas occidentales... Y después piden mediación y diálogo para que el Estado de Derecho y los facciosos queden al mismo nivel. Lo mismo les cae algo, si no la independencia -que es su principal objetivo-, al menos la gestión del Prat o, mejor que mejor, privilegios fiscales para seguir engordando a una sociedad tan notoriamente narcisista, como se comprueba al leer u oír a sus principales voceros periodísticos.

Claro que el diálogo es bueno, por eso las democracias inventaron un instrumento para que se pueda ejercer continuamente: el parlamento. El problema es que el independentismo se ha encargado de dinamitar la Cámara catalana para impedir ese diálogo que ahora pide con tanta insistencia. Si el honorable Puigdemont y sus compañeros de viaje quieren hablar, que vuelvan a la legalidad, respeten a su Parlamento autonómico y el ordenamiento jurídico que lo sustenta. Todo lo demás son excusas, tácticas, oportunidades en ríos revueltos que sólo generarán problemas y, probablemente, más violencia. Que después no vengan con flores.

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