SE ha impuesto la cordura y el sentido común. Finalmente los españoles tendrán la oportunidad de asistir en directo a la confrontación de ideas y programas entre los candidatos de las dos fuerzas políticas mayoritarias. Habrá dos debates televisados entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy a celebrar en las fechas previstas (25 de febrero y 3 de marzo). Curiosamente, los representantes del PSOE y del PP que han negociado sobre esta cuestión no habían encontrado mayores problemas en cuanto a las fechas de los cara a cara, el formato televisivo más adecuado y el contenido de los bloques de temas sometidos a discusión. Sin embargo, la negociación había encallado en el aspecto menos importante para los ciudadanos y que más parece atraer a las cúpulas de los partidos en liza: la realización de los dos debates. Mientras el PSOE proponía la celebración en TVE como cadena pública e institucional, a la que podrían sumarse todas las cadenas privadas que lo deseasen, el PP estaba empeñado en la idea de que los realizadores fueran empleados de Telecinco y Antena 3, la cadena con más audiencia y la cadena con el informativo más seguido, respectivamente. Al final, la mediación de una sociedad privada, la Academia de Televisión, ha servido para desbloquear la situación. La Academia encargó a siete profesionales de prestigio contrastado la preparación técnica de los debates, en previsión de que la crisis no tuviera marcha atrás y privara a los españoles de los debates que todo el mundo espera. Por fortuna, el PP ha accedido a esta mediación y ayer se anunció entre este partido y el PSOE para que la Academia organice los encuentros en abierto para todas las cadenas que crean interesante emitirlos. Es la salida más lógica para un embrollo absurdo que se ha podido producir sólo por una idea equivocada que los partidos de la joven democracia española aún mantienen: que los debates entre candidatos son un derecho de las organizaciones políticas. En realidad son un derecho de los ciudadanos y, como tales, no deberían ser cuestionados nunca, sino practicados siempre, como hábito.

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