Cosas que pasan

Ricardo Castillejo / Rcastillejo@grupojoly.com

Como una crisálida

LA rumorología no suele hacer justicia a quienes, por la razón que sea, terminan convirtiéndose en protagonistas de comentarios que, entre unos y otros, se van asentando en el seno del tejido social. Ése es uno de los más claros orígenes de los prejuicios que, para intentar conocer a alguien de veras, suponen un gran enemigo.

Libre de esa carga me dispuse ayer a escuchar a Lole Montoya, mítica compañera de Manuel Molina que, a sus cincuenta y tres años, se me desveló como una mujer dulce y poderosa. "Se trata de una persona un poco complicada", había escuchado decir desde siempre. Y, posiblemente, así será. Ahora bien, ¿se trata ése de un adjetivo negativo?". Espero que no.

Desde luego, a mí más me vale que así sea porque también me han catalogado de esa manera y, amigo del diablo, nunca me he creído. Lejos también del maligno, Lole fijó sus ojos en Dios y, cimentada su personalidad en unas firmes creencias religiosas, la artista ha vuelto a grabar un hermoso disco de nombre Metáfora. Atrás quedan tiempos y gentes que la desilusionaron; enfrente, muchos proyectos que emprender y, a su lado, una hija, Alba, y una nieta de seis años, Lucía, que ha heredado el arte de su saga y con la que, es normal, quisiera estar más de lo que sus compromisos le permiten. Después vino en nuestra conversación el espacio para reflexionar sobre los sentimientos. Esos de los que no suelen preguntarle a Lole y respecto a los que ella, por vez primera, decide confesarse con su sincero testimonio. "Es un terreno mío. Como en el poema de La magnolia, esa flor se cierra y se oculta cuando no quiere que la descubran. Y yo me encuentro igual. Nadie ha llegado pero también es que yo soy muy personal. No comparto mi vida fácilmente y llevo mucho sin pareja. Hay gente sensible y admiradores, pero nada más". A Lole se la adivina tan especial que, cualquier ratito en su compañía, sabe a poco. O quizás es que, más allá de sus palabras, es su canto el que precisa atención. Una delicada voz, como la crisálida, nacida de la seda.

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