El coloquio de los perros

El humor es imprescindible para no convertirse en una de esas criaturas renegridas que se cuecen en su propia salsa

La discusión, bien entendida, es o puede ser un arte, tanto más estimulante cuanto mayor sea la diversidad de pareceres. No sin asombro hemos oído a veces eso que se suele decir de en esta mesa, no se habla de política -de religión ya no lo hace nadie-, con lo divertido que es departir con ligereza de cualquier cosa, y comprendemos ahora que tantos cuentan de familias rotas o de amigos de toda la vida que ya no se dirigen la palabra -imposible no preguntarse cuál sería la intensidad del vínculo, si estaba sujeto a una forma tácita de autocensura- que quizá tenga sentido, para los temperamentos irritables, evitar los temas delicados. El humor, por supuesto, que no tiene nada que ver con lo que mal llamamos cinismo, es imprescindible para no convertirse en una de esas criaturas renegridas que se cuecen en su propia salsa. La prueba del nueve, lo que diferencia a quienes intercambian ideas y celebran las bromas de los que no escuchan ni atienden a razones, es la inspiradora posibilidad, que el buen conversador contempla con agrado, de revisar los puntos de vista propios a la luz de los argumentos ajenos.

Por un efecto de contaminación que trasciende a la menguada comunidad de espectadores, se imponen hoy los modos acanallados de los debates televisivos, en los que los discutidores profesionales son interrumpidos, jaleados o abroncados sin sorpresa ni queja por su parte. Coloquios de subsistencia ha habido en los que uno, después de la intervención preliminar, no ha vuelto a abrir la boca, ya que hasta los moderadores se pelean ahora con los invitados y tratan como todos de hacerse oír, si es preciso a gritos, por encima del resto. Lo mejor en tales casos es poner la mente en blanco e intentar dormir un poco con los ojos abiertos.

Tampoco las redes sociales son, hasta donde sabemos, una buena escuela para el ejercicio de la ironía o la respetuosa confrontación de perspectivas, sino más bien un ámbito propicio al exabrupto donde, por lo que cuentan muchos de sus usuarios, toda esa gente que se levanta de un humor de perros ha encontrado un terreno abonado donde evacuar su disgusto con el mundo. A veces los compañeros nos mandan perlas y otras podemos leerlas, cuando se trata de famosos, en las ediciones digitales de los diarios. El narcisismo desaforado, la predilección por la refriega sectaria, la favorecedora pose biempensante o las ridículas muestras de presciencia no son ciertamente, ni en vivo ni en línea, las mejores virtudes para el diálogo.

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