EL fútbol español tiene dos casos tácitos: la víctima es el árbitro y el sacrificado es el entrenador. Ambos son el pan nuestro de cada día. No hay más que ver y leer las conclusiones de cada jornada. Sólo que los jueces no son consecuentes de sus errores hasta que se analizan los informes técnicos al término de la temporada. Pero, en el caso de los entrenadores, las sentencias las dictan los malos resultados, la repulsa de la grada y el dedo hacia abajo de los dirigentes.

La contratación entusiasta del entrenador es limitada 'hasta que le llegue su día D y la hora H'. Sin duda, es la parte menos afortunada del fútbol. Si sus equipos ganan, el mérito y la gloria se lo reparten en mayor parte los jugadores, salvo que el responsable del banquillo tenga poder mediático y sea cómplice de la Prensa. Cuando no acompañan los resultados, el tópico de la sentencia se inicia con el estribillo "a ver si se come el turrón" y si supera el filtro navideño, la cuesta de enero ya parece insuperable si persisten los altibajos.

Si la pasada temporada cayeron seis entrenadores, en la presente ya son ocho en el paro. El récord lo ostenta tristemente un Real Zaragoza que partió con opciones europeas. Nuestro conocido Manolo Villanova es el cuarto, entre Víctor Fernández y el último relevo, Irureta, transcurrieron sólo 50 días, siendo fulgurante el debut-dimisión de Garitano, 9 días, tras golear al Murcia. Le precedieron Abel Resino, Quique Sánchez, Cúper, Víctor Muñoz y Alcaraz. De momento, sus ex equipos siguen implicados en la zona de peligro.

El estadio Nuevo Colombino examinará el sábado a dos 'técnicos salvavidas' separados por 27 años de experiencia en Primera División y metidos en la misma encrucijada, pese a la gran diferencia de presupuestos. Javier Clemente tiene glamour para presionar el entorno y Manolo Zambrano padece la rémora del desconocido. A veces, esta diferencia de curriculum marca el destino.