Todos los días después de comer, y desde la cocina de mi casa, observo a una mujer que fuma apoyada en la baranda de su terraza, entre varias macetas. El protocolo es fijo: Mira al infinito mientras expulsa el humo y quita las hojas secas del geranio cuando lo inspira. Se la ve sin prisa y tan abstraída en sus pensamientos, que es fácil deducir que está disfrutando del momento. Dudo si fuma allí cada día porque tiene un talibán en casa o bien porque aprovecha para dedicarse ese rato a sí misma, sin Facebook ni Whatsapp ni un programa de televisión que la entontezca. De ahí que a veces sonría, o cierre los ojos, para reforzar esas imágenes que sólo ella contempla.

También ocupan mi atención algunos compañeros cuando abandonan momentáneamente el ordenador para echar el pitillo fuera del despacho, paseando por el campus y he podido comprobar cómo la escena me atrae y cautiva de nuevo. Y es que se trata de unos minutos de propiedad exclusiva, de "yo conmigo"… Con el cigarrillo en la mano repasan hechos, descubren causas y predicen resultados. Sin interrupciones, sin otras voces, sin buscar excusas ni respuestas huecas… sólo (aparentemente) se fuma. Algunas veces, incluso, han surgido reuniones imprevistas e informales, paseando, sin portátil siquiera, tomando el sol y aprovechando el momento. En ellas, se discute, se escucha al otro e incluso se han conseguido acuerdos, que sospecho se hubiesen logrado a luz de las lámparas fluorescentes.

En España la prohibición de fumar en espacios cerrados ha sido de las más acertadas. Regaló la posibilidad de vivir sin humos y de oxigenar las zonas de uso vital, tal y como estaba previsto. No se contaba que, además, venía con regalo sorpresa: Verte contigo sin interferencias, mientras paseas fugazmente, o te haces acompañar por quien tú quieres, o finges arreglar los geranios… Es tan potente el ruido exterior que nos asedia (que si las primarias, que si la sanidad pública…), es tan fuerte la presión soportada a diario (y sibilinamente) para conducir nuestra opinión hacia donde interesa a otros y llevarnos al redil, que se corre el riesgo de perderse por el camino y olvidar las causas reales de nuestros afanes, de nuestros éxitos y de nuestros fracasos.

Hoy reivindico de nuevo. Esta vez, el derecho a reflexionar sin cantinelas externas, a elegir sin presiones, a decidir porque "es lo que quiero"… Reivindico el derecho a que me dejen estar conmigo. ¿Cómo se le escapó a nuestra Constitución?

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