El balcón

Ignacio / Martínez

Una carta de navegación

AYER fue un día de la Constitución raro. Los elogios sonaban a epitafio. Es como si la abuela estuviese gravemente enferma y se temiese lo peor. Unos se aferran a mantenerla con vida artificialmente, otros la quieren heredar, algunos pretenden sustituirla e incluso hay gente dispuesta a olvidarla. En el PP son muy reacios a los cambios. Dicen que en el clima de desconfianza que reina entre los dos grandes partidos, y con nacionalidades históricas en rebeldía, más vale no abrir el melón.

No les faltaría razón si la enferma estuviera de buen uso. Juristas como Muñoz Machado señalan no pocas deficiencias de la Carta Magna. La principal es la enorme confusión que se ha generado en 36 años sobre las competencias exclusivas del Estado y de las comunidades autónomas. Un solapamiento que desde las regiones se ve como invasivo, como puso de manifiesto la presidenta de la Junta en el Foro Joly del lunes.

Es cierto que el momento actual es malo por el paro y la precariedad en la que viven millones de españoles, pero no era mucho mejor cuando Adolfo Suárez y Felipe González se propusieron arrancar con el proyecto constitucional. Los Pactos de la Moncloa del 77 fueron un compromiso económico y social que se adelantó más de un año a la Constitución. Ahora faltan ese pacto social y la disposición de la mayoría parlamentaria a admitir opiniones distintas a las suyas. Suárez era un político audaz, aspecto que no figura entre las virtudes de Rajoy. Y UCD no tenía mayoría absoluta, circunstancia que insufla sentido común y capacidad de diálogo a los gobiernos.

Para el PP la unidad de España es sagrada. Pero también lo es para la mayoría de partidos y destacados dirigentes. Susana Díaz, sin ir más lejos, lo proclama casi a diario. Casi todos los partidos, salvo al Popular, propugnan un modelo federal. Pero el término no significa lo mismo para todos. La presidenta Díaz defiende un federalismo simétrico, en el que todos los territorios puedan disfrutar del Estado de bienestar en las mismas condiciones. Pero en su declaración de Granada, el PSOE hablaba de hechos diferenciales a respetar, como lenguas, insularidad y hasta el sistema fiscal vasco y navarro.

España es profundamente asimétrica por esos tres motivos y alguno más. El más señalado, que hay comunidades autónomas de 300.000 habitantes como La Rioja y otras que se acercan a las nueve millones como Andalucía. La Constitución dio capacidad a las provincias para constituir comunidades autónomas a su antojo; los caciques locales y los aparatos de los partidos hicieron el resto en una configuración regional muy descompensada. No podemos caer en el pesimismo de que no se puede hacer nada. España necesita ahora un gran consenso como el que llevó a los Pactos de la Moncloa y a la Constitución del 78. Empieza un nuevo ciclo, que requiere su propia carta de navegación. Hay que rejuvenecer el referente de la familia.

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