La tribuna

Alfonso Castro

Sobre la calidad en la universidad

PARALIZAR lo por lo común paralizado es desde luego un mérito: el único indiscutible que se conoce a nuestros políticos. Resulta devastador en casi todo y por supuesto lo es en relación a la Universidad. Peor es cuando se mueven: suele ser hacia ninguna parte. (Egolatría, inercias… o unas nuevas elecciones). Hace tiempo que se perdió el norte: a ello nos han llevado la estulticia de algunos (siempre en el lugar oportuno), el ocio estéril que pare todos los males (ya desde nuestros clásicos: Catón, Séneca, Lucano), el ojo calentito sobre la poltrona, pero también el silencio o el hastío de los que valen, hartos de tanta conjura de necios, enclaustrados en su cátedra, en su aula, en la biblioteca, dejándose alma y piel en lo único que queda: el propio esfuerzo, el compromiso con la disciplina que se ama, el amor por el trabajo bien hecho. Hace tiempo que dejaron de llamarse a las cosas por su nombre. Que los términos pasaron a aludir a conceptos distintos; incluso opuestos. Competencias (en plural), seguimiento, coordinación vertical vs. horizontal son ya términos prostituidos. Pompas de jabón, burbujas bajo el agua del baño, gases. Nuestro estupor ante estos diletantes es absoluto. Saber de nada es la nada del saber: su antítesis. Su némesis. Algunos profesores en público y muchísimos más en silencio estamos hastiados ya de algunos burócratas que lo más cerca que han tenido un aula o un libro que leer o escribir es en sueño (o en pesadillas). Dificultativos se les llama, como anestesistas que adormeciesen en la sala de operaciones a quien no está enfermo… haciéndolo enfermar. Burocracias parapetantes, que parecen querer aburrir el problema más que afrontarlo. Ni siquiera una imaginativa "deconstrucción"; sólo humo. Simplemente. A veces (sólo a veces) el daño procede de soñadores o de bienintencionados y eso lo hace aún más doloroso. Ocurre en la universidad como en la Secundaria, devastada por tantas modas y tantas frivolidades; también en la crucial enseñanza primaria. Para empezar porque no sólo hay que hablar de fines, sino también de medios: humanos y económicos. Porque conviene identificar con precisión y sin precipitaciones los fines que deben perseguirse (y financiarse) y el modelo de universidad que se desea (igualitaria y generalista o de minorías). Porque conviene no desarrollar (y menos financiar) una realidad paralela a la realidad substantiva de la actividad universitaria y cada vez más disociarlas. Una realidad virtual para consumo extrínseco. Confundiendo substancia con imagen, calidad con marketing, calidad con "calidad". Calidad es tener aulas suficientes donde no se escuche la respiración de quien se libera en el aseo de al lado; ejecutar los convenios de prácticas en orden y a tiempo respetando la normativa vigente; no reducir grupos o idear transversalidades que flagelan la calidad de la docencia real para no tener que contratar más profesores… Calidad es invertir y respetar la autonomía universitaria, dar seguridad jurídica a sus profesionales, financiar la investigación y saber cómo y en qué hacerlo. Calidad es mantener una alta exigencia, por supuesto a los profesores, sometidos ya a todo tipo de controles internos y externos; también a los gestores y administrativos (y por si a alguien se le ha olvidado: a los alumnos. Nemo nascitur artifex). Calidad es no aprovecharse de que los universitarios tiendan a hablar sólo en el aula, acostumbrados al valor del silencio, tan importante en una biblioteca o en un laboratorio. Calidad es permitir que los profesores estudien, investiguen, enseñen y no se conviertan en burócratas desquiciados, asumiendo obligaciones espurias, rellenando aplicaciones informáticas a las que no se les ve el fin… en ninguno de los sentidos del término. Generando "papel" que sabemos no va a ningún sitio ni sirve nada más que para hacer ver que alguien se está moviendo… lo de menos es hacia dónde. (Hacia ningún lugar desde ninguna parte, que no sea la vacuidad más absoluta, nos tememos). Los peores no son aquellos que tienen que justificar un puesto, un sueldo, una vida, fuera o dentro de la universidad, en esta gigantesca pérdida de tiempo (y de dinero). Los que no saben de nada. Los que hace tiempo que se fueron. Hacia un sitio confortable fuera de la trinchera de la docencia diaria. Los que quieren que tú hagas su trabajo. Los peores son los que, no habiéndolas dado nunca, dan o pretenden darnos clase.

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